El Ser y los Seres, Maurice Blondel

[L’étre et les étres]. Obra filosófica de Maurice Blondel (1861-1949), aparecida en 1935, que trata de dar un «ensayo de ontología concreta y real», última de la tríada que forma con la Acción (v.) y el Pensamiento (v.), que ha­bría de encontrar su síntesis ,en el Espíritu cristiano todavía no editado. El estudio parte de la definición parmenidiana del Ser que, despojada de su sentido materialis­ta, es la más obvia que se presenta al es­píritu: «El Ser es, y no hay el menor vacío ni en él ni fuera de él».

De esta perfecta plenitud surge dialécticamente el problema de los seres singulares, que lleva a la dis­tinción de «ser» y «existir». El ser es en sí mismo, el existir en función de los de­más. Los seres existen pero no son el Ser, participan sólo del ser sin por otra parte dejar discernir en ellos aquel «unum» que constituye su «ens», pues no poseen «ni nin­guno por sí solo ni todos en conjunto el principio suficiente y completo de su exis­tencia entera y definitiva». Después de ha­ber demostrado cómo ni la materia bruta ni el organismo vivo son en sí y por sí un «ser», Blondel se pregunta si las personas humanas son seres propiamente dichos, o sea si poseen las precisas cualidades de «unidad, espontaneidad y perennidad». «La realidad de la vida personal parece colocarnos en el verdadero camino del Ser. Pero aunque estemos en camino no hemos llega­do aún a la meta». «Hay ciertamente en toda persona un principio de unidad, de espontaneidad y de perennidad, pero sólo en el estado de «tendencia», de esbozo, de riesgo, de modo que la vida personal pre­senta caracteres más específicos de «deber ser» que de «ser».

El hombre tiene, pues, en el universo una posición completamente particular, se eleva por encima de los se­res puramente naturales, pero no alcanza el ser sobrenatural, al que tiende infinita­mente en una especie de «transnaturalidad». La experiencia de los seres nos conduce a la idea necesaria de un «Ser en sí» conce­bido indudablemente por nosotros, y el exa­men filosófico de esta idea antropológica lleva a un asentimiento objetivo, o sea a la «noción, de lo trascendente», la cual a su vez nos induce a afirmar con certidum­bre la existencia de este trascendente, basándonos en la «presencia iluminadora y la acción eficaz de este Ser, que sin supri­mir el concurso de las causas secundarias es fuente del conocimiento y de la existen­cia de cuanto hay en el orden contingente y libre». El concurso de las causas secun­darias se expresa en la jerarquía de los seres del universo, de la que Blondel busca la línea normativa, ontológica y constitu­tiva. Cada una de ellas tiene un fin intrín­seco que la limita y uno extrínseco que la trasciende. Jerarquía de fines es idéntica a jerarquía de seres. «La materia es lo vitalizable, la vida lo espiritualizable, el es­píritu lo capaz de aspirar a Dios».

Todo el universo trasciende, pues, de sus límites en busca de la razón primera y del fin úl­timo, que la persona humana sólo puede encontrar en Dios. El mundo en sí es per­fecto en su perenne ascensión, el problema del mal sólo se plantea para el hombre en cuanto, poniendo él el fin supremo, es res­ponsable del momento de detención en el propio límite. Puede superarse, sólo col­mando el abismo que le separa de Dios en el reconocimiento de la propia «indigencia», en una solidaridad universal con todas las criaturas conscientes e inconscientes. En re­sumen, las criaturas tienden hacia su fin sólo en un momento extremadamente ca­ritativo, renunciando a sí mismas, viviendo no para sí, sino para las demás, completándose en Dios, de cuyo amor derivan. Todos los volúmenes de Blondel terminan con la afirmación de una fe religiosa que aquí se delinea como fe en un Dios perso­nal, Uno y Trino, al cual aspira la perso­nalidad humana para formarse y completarse en él. La Trinidad divina se refleja en la trinidad de las facultades humanas de actuar, pensar y ser, que tienden ince­santemente a la unidad; pensamiento típi­camente agustiniano. La visión del universo de Blondel es el de una solidaridad uni­versal de todo lo creado con cada ser sin­gular, que lo comprende en sí conociéndolo ,y viviéndolo en su origen divino. Blondel sustituye la armonía preestableci­da de Leibniz por una armonía continua­mente «en lucha»; y el mejor de los mun­dos posibles, por el mundo de lo «posible» en camino hacia el mundo de lo «real» su­premo, de la resurrección de la carne. La mística blondeliana deriva de San Agustín y, sobre todo, de Pascal, pero superando esta última considera, además de la vida interior, también la exterior, haciéndose así más correcta y universal. Pertenece sin más al grupo de los filósofos católicos, cre­yentes y ortodoxos, pero no rígidamente tomistas, como Jacques Maritain, con quien polemizó a menudo.

G. F. Ajroldi