El Empresario en Apuros, Domenico Cimarosa

[L’impresario in angustie). Drama musical jocoso en un acto, con libreto de C. M. Diodati.

Es an­terior en poco a su gran obra maestra, el Matrimonio secreto (v.), habiendo sido es­trenado en el teatro Nuevo de Nápoles en 1786 y repuesto en el teatro Valle de Roma el 31 de julio de 1787, en una versión revi­sada, según el libreto conservado en la biblioteca del Conservatorio de Florencia, donde hay una partitura manuscrita que no se corresponde enteramente. En la re­presentación romana estuvo presente Goethe, que tuvo de ella una impresión favorabi­lísima, tanto que, algunas tardes después, invitó a los artistas a su propia casa, para escuchar las más bellas arias de la obra.

Más tarde, representándose en Weimar una re­ducción del Empresario en apuros, Goethe, que en el Viaje a Italia (v.) y en una car­ta al músico Kayser manifiesta su entusias­mo por la «fuerza de la música de nuestro predilecto Cimarosa», compuso para la oca­sión dos «lieder». El Empresario en apuros no es ciertamente una de las mejores obras de este músico, pues revela cierto apresu­ramiento en la fácil y rica invención de los motivos, no todos originales (en el mis­mo año aparecieron Le trame deluse, II cré­dulo, La baronessa siramba), pero, por el fino «humor» de que están impregnadas todas las escenas, por la vivacidad de los ritmos, por la gracia de algunas melodías y por la maestría de algunos concertados, anuncia la aparición de su próxima obra maestra.

La obrita es una sátira de las cos­tumbres teatrales del siglo XVIII; carece propiamente de trama, pero tiene varias escenitas de sabor caricaturesco sabrosísi­mo. Vienen a la mente otras sátiras de este género, como el Teatro a la moda (v.) de B. Marcello, y un fragmento de las Me­morias (v.) de Goldoni. Una pequeña sin­fonía, bastante brillante, con las típicas apo­yaturas en el violín, comienza la obra. Es vivaz el primer cuarteto «Ve’ che matta maledetta», y dulcemente suspirante es el aria siguiente de Doralba «Pietade chi non sente», que tiene un elegante final en 3/8, en forma de scherzo. Una especie de ron­dó, con ritmo ligero, es el aria de Gelindo «Finché sarai costante»; de sabor mozartiano es el «Larghetto» a dúo entre Fiordispina y don Perizonio «Rendo grazie al mió destino»; en tanto que tiene escaso interés musical el aria de Crisobolo «Vado in giro pei palchetti». Más variado de motivos y de armonización es el dúo entre Doralba y Gianleo en su pomposidad cómica, y de ornamentación orquestal más cuidada es la graciosa salida de Merlina «II meglio mió carattere».

El dúo siguiente entre Fiordispina y Merlina, «Torni, si, torni in calma» — que contiene algunas vocalizaciones de buen gusto — desemboca en el único reci­tativo «obligado» (todos los demás recitati­vos secos, muy numerosos, son convenciona­les e insípidos) y un aria de Fiordispina «Son regina», bien compuesta en su forma clásica. La obra termina con dos quintetos, el uno más interesante que el otro. El pri­mero, en varias partes, es rico en contras­tes dinámicos, y en el pasaje «e come un sasso immobile, ognuno resta qua», hace pensar en el «Guarda Don Bartolo, sembra una statua» del Barbiere, de Rossini. El final tiene cinco partes: iniciado con «Non teme- te, non é niente», es de una elaboración, entre voces y orquesta, digna de Mozart, y tiene un «stretto» fugado de sabrosa comi­cidad. Este final fue rehecho por completo por Alceo Toni, cuando la obra se repuso en el teatro Real de Turín en 1933 y en la Scala de Milán en 1938.

A. Damerini