Es la más extensa y más compleja de las composiciones poéticas del autor asturiano que llevan el nombre de Poemas, que son — además de este— Colón (v.) y El licenciado Torralba. rué publicado en 1853, cuando ya las Doloras (v.) y otras obras habían dado celebridad al autor. Campoamor llama también «Poemas» a otras composiciones más breves, reunidas con el título de Pequeños Poemas, de tema y estilo muy diversos. En el lenguaje de Campoamor parece que la denominación «poema» se refiere más que nada a la dimensión, mientras esto no ocurre con las Doloras, las Humoradas, las Fábulas, etc. En los Poemas parece advertirse una especie de ión de los temas tratados otras veces y una trasposición al plano superior, fenómeno evidente en el Drama Universal.
El poema —cuartetos de rima alterna en endecasílabos — tiene ocho «jornadas», cada una de las cuales se divide en seis «escenas», a excepción de la primera que tiene siete y de la segunda que tiene cinco. La acción adquiere plasticidad con la precisión del lugar en que se desarrolla cada escena y de los personajes que intervienen en ella, según un método habitual en Campoamor, quien no vacila a veces — especialmente en los Pequeros poemas— en asumir sin más la forma de la obra dramática. Pero en el Drama los lugares y los personajes adquieren a veces un carácter simbólico que nos hace pensar en un surrealismo «avant la lettre». Es difícil hacer un resumen del argumento: Honorio está enamorado de Soledad, novia a su vez de su hermano Palaciano. Aquél mete en la cárcel a Palaciano e intenta seducir a Soledad. Pero ésta se encierra en un convento y allí muere.
Honorio muere de dolor. Jesús el Mago interviene y predice a Honorio los sufrimientos que tendrá que afrontar para salvarse. Honorio, gracias a la intercesión de Jesús el Mago, transmigra al mármol de la tumba de Soledad, huye de allí e intenta reencarnarse en Carlos V, se incorpora en un ciprés junto a la tumba de su amada hasta que ella destruye sus mismas cenizas para redimir a Honorio. Éste se transforma en águila e inicia un viaje maravilloso por las esferas de la verdad: aquélla donde «se oye la verdad de todo lo que se dice», aquélla «en la cual se ve iodo lo que se hace» y aquélla «donde se penetra todo lo que se piensa». Pero le basta con ver los semblantes de Soledad para regresar a la tierra. Capturado, sus despojos mortales de águila son quemados y su alma vuelve a volar al cielo, mientras Soledad se ofrece otra vez para expiar los pecados de Honorio. Nueva encamación de Honorio en el alma de un novicio de la diócesis de Palaciano; el alma del joven huye y la de Honorio queda dueña del cuerpo. Herético y pagano, Honorio es condenado a muerte; las fugaces apariciones de Soledad no hacen más que aumentar sus amores terrenales.
El novicio Honorio muere y también muere Palaciano, de remordimiento. Ambos suben al cielo por la penitencia. Honorio sigue la Vía Láctea y llega a la estrella de la pereza, en donde encuentra a su madre Paz; con ella, pasa al planeta de los avaros, al de los golosos (donde todo es inestable), a una estrella podrida donde son castigados los impuros. Durante su viaje asisten al fin del mundo. Paz y Honorio encuentran a Palaciano y a Soledad; sus suspiros, cuando tienen que separarse, dan vida a un mundo nuevo del que verán pronto a los primeros habitantes. El viaje continúa por los mundos de la expiación, de la envidia, de la soberbia, de la ira; los protagonistas asisten a la caída de los dogmas, a la fuga de los dioses y a las escenas del triunfo de Cristo. Llamados al juicio divino, sólo Honorio no se salvaría, pero dos lágrimas de dolor cumplen el milagro de purificarle de sus pecados. Es evidente que la larga composición no tiene nada de dantesco, aunque el mismo Dante es protagonista de un episodio; hay sólo algún que otro parecido exterior y parcial, y nada más. La misma estética dantesca no tiene nada que ver con la de Campoamor.
La nota personal se expresa en un persistente escepticismo irónico y sonriente que, sin embargo, desaparece de vez en cuando en fragmentos de exquisita y humana sensibilidad. Es un nuevo poema sobre el amor, pero donde todas las fuerzas del amor celestial y puro son vanas en comparación con los afectos humanos; el mismo Jesucristo, con su inmenso amor, no obtiene el permiso para salvar a los niños del Limbo y a los condenados. Soledad, como amor divino, no consigue nada. Sólo el dolor de una madre conseguirá que el pecador se arrepienta. Algunos episodios, a pesar de la seriedad y profundidad del tema, tienen un cierto matiz de burla, mientras aquí y allá afloran una rebuscada ingenuidad y un estilo que recuerda el de los «romances». El cuento está lleno de narraciones marginales, a propósito de las cuales no sería tal vez imposible advertir la sustancial unidad que fue observada certeramente en las novelas cortas insertas en el Don Quijote (v.), naturalmente en un tono bastante menor. La composición no es siempre muy agradable para leer: sobran los versos rebuscados y vacíos. En compensación hay otros, y muchos por cierto, ricos en contenido poético.
R. Richard