[Der abenteurliche Simplex Simplicissimus]. Novela de Hans Jakob Christoffel Grimmelshausen (16259-1676), publicada en una primera edición en 1669 y en las ediciones sucesivas siempre con nuevas correcciones y añadiduras. También su autor llevó una vida variada y movida, en aquella época de aventuras, y su narración posee, en efecto, la frescura y la espontaneidad de la vida vivida. Simplex ha nacido en Spressart, al parecer hacia 1622, de humildes leñadores y se alaba de ello contra todos los «que van por el mundo emperifollándose con lacitos multicolores y con antepasados ilustres». La feliz ignorancia de su juventud, cuenta él, era tal que no podía ni siquiera darse cuenta de que no sabía nada. Pero en torno a su infancia, hierve la guerra de los Treinta Años que no fue poca cosa; bien lo sabe el pobre Simplex que entra en contacto con el mundo y con los hombres una noche en que los soldados de no se sabe qué partido, pues todos eran igualmente buenos para saquear y atormentar, invaden e incendian también su cabaña. El muchacho atemorizado huye y es recogido en el bosque por un ermitaño, a quien, por otra parte, Simplex tiene un miedo loco; pero el eremita muere, la soldadesca invade también el hogar y se lleva consigo a Hanau al ingenuo muchacho que, tomado por espía, es maltratado y torturado, y finalmente liberado por un pastor protestante que pasa por casualidad y le reconoce.
El gobernador, cuñado del difunto eremita, hace paje al muchacho y allí recibe el sobrenombre de «Simplicissimus» que, por ser tan ignorante desde sus años primeros, le sienta perfectamente. Su buena suerte dura poco; su amo, viéndole tan bobo, se propone hacerle perder de veras el juicio, y después de un violento tratamiento para amedrentarle le convierte en ,su loco bufón. Simplex, advertido por su pastor, consigue conservar firme su razón, y ya lo tenemos representando su papel de loco fingido que se aprovecha de la impunidad concedida a la estupidez para decir en la cara a todos lo que le plazca. Las aventuras continúan con ritmo cada vez más atropellado; robado por los croatas que lo regalan como bufón a su coronel, Simplex consigue escapar y recomienza su vida solitaria en el bosque, no ya como eremita sino como bandido; después de extrañas aventuras de brujerías acaba por ser otra vez bufón, ahora en Magdeburgo con los imperiales, de donde escapa de nuevo disfrazado de mujer entre las más cómicas peripecias; reconocido y preso, pronto le hubieran despachado a no llegar los suecos para salvarle. Toma parte en la célebre batalla de Wittsbach, de la cual nos da una visión vivacísima, y pasa un mal rato: «Estábamos tan cerca de nuestra brigada cuenta — que reconocíamos los uniformes y podíamos seguir sus movimientos ; y cuando el escuadrón sueco cargó a los nuestros, estuvimos tan en peligro como los combatientes, porque el aire se oscureció en un abrir y cerrar de ojos, por las balas que silbaban en derredor, de manera que no parecía sino que se proponían honrarnos con una salva extraordinaria».
Fue capturado una vez más por los imperiales. Aquí comienza su brillante carrera de soldado en la cual se adquiere con medios más o menos lícitos dinero y gloria: Simplex, ahora llamado el «cazador de Soest», es célebre en todas partes, y sus aventuras se suceden todavía hasta que el héroe vuelve maltrecho de su viaje a París, donde ha tenido extraordinarias fortunas de amor, y ha sido desvalijado por los bandidos, y arruinado por la sífilis. No le queda más remedio que alistarse, una vez más, como mosquetero. Pero luego, sucesivamente, vuelve a ser bandido y después otra vez soldado, y se convierte por burla al catolicismo; y la rueda de la fortuna le lleva todavía arriba y abajo, sin hacerle perder su magnífico optimismo. Pasa por la épica y extraordinaria aventura del Mummelsee (el lago sin fondo) y desciende hasta el centro de la tierra donde conversa con el rey de los silfos acerca de las tristes condiciones del mundo. Con el tesoro que dicho rey le entrega, compra una parcela de tierra junto al lago para reposar finalmente con sus padres a quienes ha vuelto a encontrar. Aquí la novela podría parecer terminada, pero el autor quiere continuarla todavía con otras aventuras de viaje y otros sueños alegóricos, después de los cuales volvemos a encontrar finalmente a nuestro Simplicissimus en la isla desierta donde se afana en trabajar y convertido sinceramente a prepararse «para la buena muerte». Esta última parte se adelanta al gusto por las aventuras a lo Robinson Crusoe (v.); pero la más interesante y lograda es la referente al ambiente soldadesco, por su viva y fresca representación realista. Se sienten aquí una verdadera originalidad y un progreso sobre las otras obras precedentes de su género, por ejemplo el Till Eulenspiegel (v.); éste queda como anónimo popular, mientras que Simplicissimus lleva el sello de la personalidad de su autor.
Grimmelshausen conoció sin duda, por medio de Moscherosch, con quien tuvo relaciones personales, las novelas picarescas españolas e introduciendo y ambientando en alemania la novela de aventuras creó un tipo que une al desordenado y despreocupado vagabundeo de los picaros, una bondad generosa a lo Parsifal, un elemental sentido de bondad y de justicia que las diversas vicisitudes no ahogan nunca por completo. Los doctos contemporáneos suyos despreciaron la novela por su rebelión a toda regla, y no comprendieron el valor que tenía aun en cuanto a su estilo, por su contacto con la lengua viva de la burguesía, única custodia ya del antiguo idioma local, degenerado por el pueblo bajo, debido a las intromisiones extranjeras y por los literatos que habían preferido el francés o el latín o lo habían vuelto rígido con las normas y las reglas de Opitz y de los gramáticos secuaces suyos. El Simplicissimus puede considerarse casi como «un oasis en el desierto» de la literatura alemana de la época, y su inmensa popularidad, explica las continuaciones que Grimmelshauen dio a la novela con el Curioso Saltamontes (v.) y la Admirable biografía de la archiembaucadora y picara Courasche (v.). Trad. italiana de A. Treves (Milán, 1927).
G. Federici Ajroldi