El Anillo del Pescador, Selma Lagerlóf

[Fisfcarringen]. Conjunto de fragmentos, de re­cuerdos y de cuentos de la escritora sueca Selma Lagerlóf (1856-1940), de los cuales el primero da su título al volumen; todos los textos se corresponden con otras reco­pilaciones que la autora publicó en dife­rentes épocas bajo diversos títulos (Leyen­das, 1899, Las reinas de Kungahalla, 1899, Eslabones invisibles, v., Los jinetes, 1918, La familia Ingmarsson, 1919, Otoño, 1933) y que brindan una visión de conjunto sobre sus distintas maneras y fuentes de inspira­ción. En el primero de estos cuentos, «El anillo del pescador» que, se corresponde con los del grupo titulado Leyendas, Selma Lagerlóf ha elegido, como telón de fondo, a Italia, país que en su obra ocupa un lu­gar no despreciable. Cecco, humilde pes­cador veneciano, duda de la protección que San Marcos ha concedido a la ciudad al ver que sus dos hijos han desaparecido en el mar por haber proferido tiempo atrás una blasfemia contra el patrón de la villa. Su impiedad y sus sacrilegios amenazan sumir en una catástrofe a Venecia comba­tida por la tempestad y la inundación. Pero el valor y la abnegación de Cecco le recon­cilian con el santo, que espanta a los de­monios y hace donación al Dux, por su mediación, de un anillo, gracias al cual Venecia gozará eternamente de bellezas y prosperidad.

En «El agua pura» y «La ins­cripción en el sol», Selma Lagerlóf desarro­lla pasajes del Evangelio a los que su ima­ginación encierra en un marco encantador por su sencillez y poesía. Sin embargo, la mayoría de los trabajos que se incluyen en el volumen sólo son fragmentos dedi­cados a revivir diversas épocas del pasado, de un pasado a veces lejano, como al evo­car, en «La reina de los bosques», la le­gendaria ciudad sueca de Kungahalla, fun­dada con la ayuda de un joven patricio romano, que arriba a los brumosos mares del Norte para olvidarse de la enojosa vida de ocio y de lujo que Roma le dispensa. Los restantes cuentos y fragmentos, que recuerdan episodios vividos por la autora o por algunos de sus familiares, se revelan significativos en su concepción literaria. Selma Lagerlóf apenas distingue entre el mundo real y el de su poética fantasía. Lo maravilloso no está más ausente del pri­mero que del segundo, como lo prueba el texto titulado «La fusta» (en el cual este sencillo objeto es la única huella dejada por la aventura y el amor en la vida me­diocre basada íntegramente en una gigan­tesca mentira de un amigo de los padres de la autora), o cuentos, como «Una historia de Hallstanas», en donde pretendidas apa­riciones anuncian la expiación de un sacri­legio cometido en el remoto pasado, y el titulado «Paz en la tierra», que trata de un anciano, quien, salvado de la muerte por un oso, muere después en las garras del mismo animal, en el curso de una cacería, como si el oso se hubiese hecho cargo de una ingratitud, que para la familia del di­funto no ofrecía dudas. Como si pretendie­se sintetizar las dos fuentes de que se ali­menta su arte, en el fragmento titulado «El maestro Frykstedt», la autora evoca al personaje real, encantador y odioso al mis­mo tiempo, que le ha servido de modelo para la composición de su gran novela la Saga de Gosta Berling (v).

Bajo una iro­nía ligera, a veces satírica, Selma Lagerlóf nos deja adivinar su inquebrantable fe en el hombre y su creencia de que no hay acto de caridad o de abnegación que no pueda hacer mella en las almas más endu­recidas. El vagabundo sin fe ni ley de «La ratonera», se escapa al fin, sale de la rato­nera del mal, gracias a la generosidad que le brindan por error dos desconocidos. Este optimismo, lejos de debilitar el vigor del rasgo psicológico, le infunde, por el contrario, su relieve, porque no es un opti­mismo hecho de ignorancia, sino de fe en la redención de los pecadores.» Selma La­gerlóf le reconocerá así pleno derecho al paraíso al «pobre jornalero de la casa Dobbrichsen» a pesar de sus blasfemias y de su irreligión en gracia a su pesada vida de trabajo y de pobreza. Glorificación de Dios y del hombre, El anillo del pescador es asimismo una glorificación de la natura­leza. Este sentimiento de la belleza del paisaje que campea en cada fragmento, cobra toda su significación en el texto titu­lado «Entre los rosales trepadores», simple evocación de una tarde de estío que Selma Lagerlóf había pasado en la paz de su jar­dín, observando los colores cambiantes del cielo y las idas y venidas de los afanosos insectos por entre las flores. Más que por su inspiración, por esta triple perspectiva puede considerarse el conjunto de trabajos encabezados por El anillo del pescador como un compendio de la obra entera de Selma Lagerlóf.