[Der Ring des Polykrates]. Balada de Christoph Friedrich Schiller (1759-1805), escrita en 1797, el célebre año de las baladas. Junto con El guante (v.) y El buzo (v.) forma parte de las llamadas «baladas de la temeridad»: no hay que provocar nunca más allá de los límites ni a los hombres ni a los dioses. La balada tiene dieciséis estrofas de seis versos, rimadas aa-bc-cb; el ritmo es el clásico tetrámetro yámbico, hipercataléctico en los versos l.°-2.0-4.0-5.°, acataléctico en los otros dos de cada estrofa. Desde lo alto de su palacio, Polícrates, tirano de Samos, muestra a su aliado Amasis, faraón de Egipto, todo el amplio territorio dominado por él y se envanece de su felicidad. El amigo, aun admitiendo los favores de los dioses hacia el poderoso tirano, le pone en guardia contra la fuerte y floreciente ciudad de Mileto, su adversaria, todavía no dominada. Pero los hechos recientes desmienten la advertencia de Amasis; precisamente en aquel momento Polidoro, general de Polícrates, envía a su señor la noticia de la victoria definitiva sobre el rival. Amasis se asombra de aquella nueva prueba del favor de los dioses por el amigo a quien nuevamente advierte que no se fíe demasiado de los dioses celestes; la flota de Polícrates, que todavía está en alta mar, puede ser destruida fácilmente por la tempestad. Pero gritos de júbilo que llegan al palacio desde los lejanos muelles del puerto desmienten, nuevamente, los tristes presagios del faraón; las cien naves de Samos, cargadas de tesoros, han vuelto todas y anclan en el puerto.
Amasis no está persuadido, no se fía aún de los dioses que podrían conceder la victoria a los cretenses en guerra con Polícrates y con sus naves ya próximas a las playas de Samos. No es cierto que los dioses, concediendo nuevas victorias a Polícrates también sobre los cretenses, demuestren que no quieren abandonarle. Espantado, Amasis, ya duramente probado con la muerte de su hijo que le quitaron los dioses envidiosos de su felicidad incomparable, amonesta nuevamente al amigo: «¡El goce ilimitado de la vida no se concedió nunca a un mortal!» e invita a Polícrates a regalar a las Erinnas su tesoro más querido: el tirano, impulsado por la preocupación, le escucha y, quitándose del dedo un anillo precioso, lo arroja a las olas, convencido de haber aplacado con este gesto la eventual ira de las Furias. Sacrificio vano. A la mañana siguiente se presenta a Polícrates un pescador, muy satisfecho de dar a su señor un pez maravilloso, pescado de madrugada con la red entre otros peces. Abierto el pez, el cocinero encuentra en el estómago el anillo inútilmente ofrecido a los dioses. Amasis, aterrorizado de aquel triste y claro presagio, huye del lado de Polícrates y de su casa, ya convencido de que los dioses quieren la ruina del poderoso tirano. «Me alejo para no perecer contigo», y se embarca. La balada schilleriana se acaba en este momento. Los sucesivos desastres de Polícrates, que, vencido por el sátrapa Croto, fue crucificado, parecen constituir el fondo, no representado pero tácitamente presupuesto, sobre el cual se desarrolla el relato y dan al final un particular dramatismo.
O. Lennovari
* El mismo inspiró también el poema dramático en cuatro actos y en verso El anillo de Polícrates [O anel de Policrate] de Eugenio de Castro (1869-1944), publicado en Coimbra en 1907. El joven escultor ateniense Agamenes, discípulo de Scopas, se ha retirado a Samos donde tiene una casita campestre y una viña. El señor de Samos es en aquel momento Polícrates, que vive rodeado de una corte fastuosa donde hay sabios y poetas. Entre ellos está el viejo Anacreonte, quien cierto día visita al joven escultor para ver sus estatuas y probar su vino. Al saber que tiene el encargo de esculpir una estatua de Venus, le pregunta si tiene una amante que le pueda servir de modelo. Al contestarle el escultor negativamente, le aconseja que se procure inmediatamente una, y como viejo libertino confiesa que ha tenido ochenta y siete amantes que tomó y dejó con la mayor indiferencia, sin cobrar afecto seriamente por ninguna. Marcha el viejo poeta y el escultor sigue a una hermosa muchacha, Anticlea, que se dirige a la fuente con su ánfora, pero cuando está a punto de aproximarse a ella, se da cuenta de que la espera su amante y vuelve a casa melancólico y dolorido. Mientras está pensativo y triste, oye de improviso gritos femeninos que piden piedad y socorro.
El viejo criado Arquias, ha sorprendido a una joven que estaba robando racimos en la viña y la arrastra, llorosa ante su señor. Éste le pregunta su nombre y la razón de su presencia en la viña y ella responde que se llama Melisa, que es ateniense y ha sido traicionada por su amante que la acompañó a Samos y luego la abandonó. Agamenes la consuela y conforta, ofreciéndole hospitalidad en su casa. Como Melisa es hermosísima, la emplea como modelo para su estatua que resulta una verdadera obra maestra. Agamenes es plenamente feliz, pues a los laureles de la gloria une las rosas del amor. Pero llega Anacreonte para turbar súbitamente su felicidad; ya no está alegre y sonriente como la primera vez, sino dolorido y lloroso. Anuncia el triste fin de Polícrates, aliado con los enemigos de Cambises, rey de Persia, y derrotado y castigado con la muerte más horrible, la cruz. Los augures le habían advertido que los dioses no permiten al hombre llevar una vida plenamente feliz y le habían aconsejado que se procurase algún dolor. Entonces él decidió privarse de su gema más preciosa, lanzándola al mar. Pero un pescador, dos días más tarde, se presentó en palacio ofreciendo un magnífico pez en cuyo estómago se encontró la gema. Los dioses, concluye Anacreonte, están celosos y envidiosos de la felicidad humana. Agamenes, atemorizado con las palabras de Anacreonte y consciente de su enorme felicidad, decide destruir la estatua, pero Melisa, antes de ver destruida una obra de arte que dará eterna gloria a su artífice, prefiere alejarse: «Mi amor te da la alegría fugaz de un día, el arte te dará la gloria inmortal a través de los siglos. Pero consuélate: lejos de ti, estaré siempre próxima en tu obra maestra, que no sufrirá los ultrajes del tiempo y brillará con eterna juventud». El Anillo de Polícrates es la obra más viva y lozana del poeta portugués, quien, libre del oropel decorativo de sus precedentes producciones, desde Oaristos (v.) al Rey Galaor (v.), se dirige hacia una representación más viva y serena de la vida antigua.
G. Battelli