Novela histórica del escritor español, publicada en 1847. Contiene, como todas las que le inspiró la Crónica Compostelana, gran sabor arqueológico. La triste historia de la Princesa de Viana, perseguida hasta la muerte por la ambición de su hermana doña Leonor — matadora también del hermano que debía ocupar el trono de sus antepasados —, empeñada en ceñir la corona de Navarra pasando por encima del engaño y del crimen, desfila en las páginas (muy bien escritas y que interesan profundamente al lector amigo de las viejas crónicas) de la obra de Navarro Villoslada, inspirada, como dijimos, en una crónica del siglo XV.
El fiel enamorado de la Princesa de Viana, bastardo a su vez del rey de Aragón, don Alfonso el Magnánimo, Jimeno, que lucha heroicamente para liberar a su dama de las terribles asechanzas fraternas que acabarán con su vida, nos ofrece una doble faz en el transcurso de la novela: como Jimeno, amante y valeroso, noble y confiado; como don Alfonso —ya en la segunda parte-de la obra —, vengador y justiciero, con la crueldad propia de la época, común a todos los personajes. Las infatigables escaramuzas entre navarros y castellanos, terminaron, por fin, cuando subió al trono de una España unificada Femando el Católico.
Pero la crónica de los años anteriores a la tan deseada y necesaria unificación, es rica en comentarios^ y anécdotas que nos muestran hasta qué extremo la pasión por el poder conduce a lastimosos estados a príncipes y magnates, a políticos y a reyes y reinas cuya moral no tiene nada de cristiana. Doña Blanca de Navarra, repudiada por un torpe rey castellano, perseguida y muerta por su propia hermana, es un símbolo de su tiempo. La bella y melancólica figura de la víctima ilumina con ternura las páginas de su crónica.
C. Conde