Con la aparición de Doña Bárbara, gran novela publicada en Venezuela a mediados de 1929, puede decirse que se inicia una brillante época para toda la novelística sudamericana: la época de las grandes narraciones originales que, despojadas de toda influencia europea, tendrían luego como objeto central la descripción apasionante de sucesos y personajes salidos directamente de un mundo extraordinario: la llanura, el altiplano y las enormes selvas de América. Más que una novela costumbrista o criollista, claro está, Doña Bárbara es una gran epopeya autóctona, animada a ratos por una espléndida fuerza lírica. Todo en ella gira y se mueve sobre un espacio fascinante, la llanura venezolana, de cuyo seno, duros y valientes, surgen los hombres y las mujeres, agitados por las más complejas emociones.
A la inspiración desbordante del autor se une aquí un arte original y criollísimo, con el cual se describen esos personajes ya clásicos en la literatura venezolana y de todo el continente: Santos Luzardo, Pajaróte, No Pernalete, Mujiquita, El Brujeador, etc.; y, desde luego, doña Bárbara, símbolo patético y desconcertante que en la novela de Gallegos constituye la figura más reveladora. Doña Bárbara representa por igual el espíritu primario de la hembra dominadora y compleja, y al mismo tiempo el espíritu de la tierra en que vive. Por eso no es posible decir que sea buena o sea mala. Actúa de acuerdo con sus instintos, que la esclavizan y le infunden su obstinada y elemental energía. Frente a ella, Santos Luzardo simboliza el espíritu civilizador que lucha y triunfa de sus poderes, inflamado y sostenido por el amor a la propia tierra que inútilmente doña Bárbara quiere mantener sujeta a su codicia tenebrosa.
En realidad, el triunfo de Santos Luzardo — que al fin le es dado por la huida de doña Bárbara, en un gesto de trágica resignación— no viene a ser otra cosa que el triunfo de la tierra, a la cual se consagrará definitivamente aquél, defendiéndola de sus muchos enemigos, y llevando a ella sus nobles propósitos de justicia y humanidad. Tal es en breve síntesis el fundamento de esta obra magistral que, por su contenido y sus muchas bellezas, constituye una de las creaciones más valiosas de la literatura americana de todos los tiempos.
A. Lameda