Sainete en dos actos, divididos en cinco cuadros, y en prosa, letra de Carlos Arniches (1866- 1943) y música del maestro Jacinto Guerrero, estrenado en el Teatro Apolo de Madrid la noche del 26 de noviembre de 1924. Como en todas sus obras, de perfecta técnica teatral y de legítima gracia —nadie como Arniches ha sabido interpretar al pueblo castizo madrileño —, en Don Quintín el Amargao se sustenta la teoría de que se recoge lo que se siembra, y si es mal, mal nos acude; y si es bien, el bienestar nos inunda.
Por eso el protagonista, un matón de poca gracia, que se empeña en mortificar a todos los que le rodean, y que abandonó por no creer en su cariño a su mujer, y a su hija recién nacida por dudar de que fuera suya, recibe de la fortuna todos los batacazos que se merece. El peón caminero que recibió en su casilla a Teresa — una cestita llena de llanto — una noche de sombras espesas, y que apalea a la criatura y a su propia hija, Felisa, hasta lograr que las chicas huyan con los primeros que se Ies acercan requebrándolas de amor, ve con horror aparecer a los veinte años al padre de aquella niñita abandonada precisamente en el momento en que ésta ha huido de sus palizas.
Don Quintín, más amargao que nunca, rebosante de hiel, busca a su hija inútilmente; pero cuando, sin saber que es ella, la encuentra acompañada de su marido (el joven que se la llevó de la casilla del peón caminero), provoca a la pareja para que sufran el rigor de sus humillaciones. Paco, el marido de Teresa, responde virilmente al ataque de Don Quintín, y éste, humillado por vez primera en su vida, ya no ceja hasta volverle a hallar y castigarle. Cuando, por fin, se encuentran, todo se descubre y la hija perdona al padre y éste, arrepentido, procura escupir todas sus hieles para ser digno del cariño y de la ternura que tanto necesita de su hija, que le enseña a querer para ser querido.
C. Conde