Obra del periodista, diplomático y académico español. Este libro de tono polémico, publicado en 1926, tiende a infundir nueva vida a los más conocidos mitos literarios españoles, no sólo desde el punto de vista del ideal histórico, sino incluso como valores humanos permanentes. Afirmador de los valores éticos, Maeztu no se limita a estudiar las máximas creaciones de la literatura hispánica en su concreta realidad literaria sino que las eleva a categorías abstractas y, así, los tres ensayos que la componen, llenos de finas sugestiones, se titulan «Don Quijote o el amor», «Don Juan o el poder» y «La Celestina o el saber».
En el primer ensayo confirma y despliega una primera tentativa juvenil de interpretación del tipo del ingenioso hidalgo (que, mal comprendido, le valió entonces la calificación de iconoclasta), como personificación de la España decadente, pues la obra maestra cervantina fue escrita por un viejo débil, pobre y olvidado, en una época en que se iniciaba el ocaso de la grandeza de su país, enervado con tantas guerras — opinión, por otro lado, no nueva, pues ya la propugnó Byron en el canto XIII del Don Juan (v.), y, en cierto modo, fue corroborada más tarde por el célebre científico español Santiago Ramón y Cajal.
El autor establece además un paralelo entre don Quijote (v.) y el Hamlet (v.) de Shakespeare, su contemporáneo, y una aguda correlación entre la obra maestra cervantina y el poema de Camoes; luego diserta en torno a la España de Cervantes y analiza y, en parte, refuta juicios formulados sobre el Quijote por críticos nacionales y extranjeros. En el segundo estudio, después de haberse separado del tipo de don Juan (v.) universal, como lo expresó Baudelaire, y demostrando el perfecto españolismo del famoso Burlador de Sevilla, refutando a dicho respecto algunas tímidas hipótesis contrarias de eruditos extranjeros, considera el Don Juan (v.) como mito y como drama.
En el tercer ensayo, en fin, discurre sobre los amores de Calixto y Melibea (v.) los protagonistas de la famosa tragicomedia atribuida a Fernando de Rojas (1475-1540), más conocida bajo el título de la Celestina (v.). «Calixto, dice Maeztu, es el místico español quizás algo morisco, quizás algo judío, católico tal vez, el místico español de todos modos que necesita suprimir el mundo para amar a Dios»; pero cuando siente en Melibea la llamada de la tierra y cede súbitamente, «vuelve hacia ella el ímpetu lleno de su absolutismo religioso», y con la misma violencia la ama hasta la muerte. No menos española y no menos viva que él es Melibea, «la mujer española que no da una mirada sin entregar con ella la vida toda entera». A propósito de la fábula de Calixto y Melibea se ha recordado el shakespeariano Romeo y Julieta (v.), pero el parangón no es exacto, sobre todo porque en Shakespeare el motivo de la tragedia es externo, es decir, se basa en el hecho accidental de que uno de los amantes pertenezca a la familia de los Montescos y el otro a la de los Capuletos; aquí, por el contrario, el motivo es inmanente, es la misma violencia de las pasiones que agita, como el dantesco torbellino. a los enamorados.
El autor pasa luego a estudiar la interesante figura de la Celestina. y la vieja y asquerosa bruja que ejerce el innoble oficio de alcahueta con refinada y diabólica destreza y la define como «la santa del hedonismo», pues apotegma es que «la naturaleza huye de la tristeza y ambiciona el placer», y para ella no hay más Dios que el placer, del cual es sacerdotisa y pregonera. Según el grito de Maeztu, don Quijote es el amor y, como el amor solo no basta para alcanzar una personalidad plena, don Quijote sucumbe, pues le faltan saber y poder. La Celestina, que tiene el saber, carece de capacidad de amar, y por ello se sume en la abyección; mientras que don Juan se salva porque su alma alberga no uno, sino dos pecados: la lascivia y el orgullo, cada uno de los cuales le sirve para liberarle del otro.
C. Boselli