Novela del escritor español (1873-1967) publicada en Madrid en 1922. Unas palabras de la Bérénice (v.) de Racine sirven de justificación estética a la novela: «…toute l’invention consiste á faire quelque chose de rien». Y, en efecto, la novela va formándose, poco a poco, sin una intriga argumental, sin evocaciones de paisaje o de ambientes, sin situaciones o circunstancias narrativas. Sencillamente, de la nada, de un personaje, casi de la sombra de un personaje, Azorín ha levantado todo el edificio de la novela.
Las pequeñas circunstancias que la motivan están levemente insinuadas. El lector debe saber interpretarlas y relacionarlas. La técnica narrativa viene a ser como una sucesión de primeros planos — concretamente cuarenta y uno —, sin una ilación aparente, en que se van perfilando breves situaciones o personajes, inconexos entre sí, unidos sólo por la sombra de don Juan del Prado y Ramos. Así se perfilará la historia del nuevo gobernador de la pequeña ciudad, que era poeta y fue destituido poco después de su nombramiento; la del niño descalzo y una fortuna que un fabuloso Cano Olivares legó a la ciudad; etc.
Un prólogo da sentido a esta aparente inconexión. En él, se recuerda el milagro VII de Berceo (v. Milagros de Berceo), que narra cómo Dios, por intervención de la Virgen, perdona a un monje pecador. Los primeros capítulos de la novela están destinados a dar una idea de la pequeña ciudad a la que se ha retirado don Juan. La figura de don Juan del Prado y Ramos es la opuesta a la del típico don Juan (v.). «Don Juan es un hombre como todos los hombres». Es tan normal, tan «vulgar» dentro de su pulcritud y distinción, que «cuando nos separamos de él, no podemos decir de qué manera iba vestido: si vestía con negligencia o con exceso de atuendo». En el palacio del Maestre don Gonzalo suele reunirse una tertulia: el Dr. Quijano, don Juan, etc. Jeannette, hija de don Gonzalo, rodea a don Juan de una inocente malla de tentaciones. También una circunstancia fortuita permite a don Juan contemplar la pierna de sor Natividad, abadesa de las Jerónimas. Un tercer incentivo amoroso para don Juan es la graciosa aldeana Virginia. El amor de Jeanette es el que triunfa. Pero don Gonzalo, su esposa y Jeanette marchan, como todos los años, a París. Y, en el breve epílogo dialogado, ya no aparece don Juan sino el hermano Juan, que ha renunciado a todo lo mundano. Y mientras refiere a su interlocutor su menosprecio por lo caduco, «una palomita blanca volaba por el azul».
J. Molas