Comedia en dos actos y tres cuadros terminada en 1913. Es sumamente interesante por su entronque con el teatro modernista (v. Conseja galante del mismo autor) y por ser la primera interpretación sugestiva, y un tanto lírica, del mito del don Juan en nuestro autor, que llevará después a la mayor seguridad y hondura en su Burlador que no se burla (v.).
En Carillana, el personaje aparece en un suave atardecer otoñal de su vida de conquistador, hacia sus 50 años, señoriales y elegantes, cuyos «ojos negros, lucientes y penetrantes, acusan lo vivido». Aunque diverso, tiene este don Juan algún parecido con el Bradomín de las Sonatas y otras obras análogas de Valle-Inclán; situado por Grau en su casa solariega, cuya sala está llena de pinturas, recuerdos femeninos («un zapatito de seda bordado en oro, y algún que otro juego de abanicos y quitasoles» y una vitrina con dijes, camafeos, esmaltes, colla-res, guantes, mantillas, etc.).
Se coloca la acción en los albores del Romanticismo, todavía con el atuendo y moblaje dieciochesco; y en su estilizada fusión de melancolía y recuerdo alegre del buen vivir, no sólo se une al modernismo, sino a ciertas evocaciones de la generación del 98, coetánea. No es casual que el autor, en su bello y poético prologuillo, se acuerde de Azorín y del verso de Garcilaso glosado en uno de sus mejores aciertos de evocación emocionada y sintética: «no me podrían quitar el dolorido sentir». Este fino don Juan, maduro, saturado de sabiduría de amor, dolor y desengaños, va a parar como el gran Alonso Quijano a un desenlace de pura bondad. Es posible que tuviera en cuenta la obra de Grau, Gregorio Martínez Sierra en su Don Juan de España, también nostálgico semimodernista, desengañado, y finalmente situado en ambientes detallistas, pero aquí en el tiempo del primer Burlador; en el siglo XVII.
A. Valbuena Prat