Novela publicada en 1863. Dominique de Brey, huérfano, al cuidado de una vieja tía y un joven preceptor, crece en el campo, salvaje, instintivo, muy sensible. En el colegio, en la crisis de la adolescencia, sueña, hace versos, y tiene sólo un amigo, Oliverio. Una prima de éste, Magdalena, le impresiona, le turba profundamente; pero ella, dos años mayor que él, se casa con Alfredo de Niévres, quedando en buena amistad con el joven. El amor oculto se hace entonces en Dominique más vivo y doloroso, quiere vivir junto a su amada, darle un poco a conocer su alma; y tanto se acrece la pasión que por fin no logra callar.
La mujer, generosamente amiga, quiere curarle, pero, en la tentativa, se da cuenta de que también ella le ama, y aterrorizada, se aleja para siempre, poniendo entre ambos, como obstáculo supremo, su confesión. El hombre, que entre tanto ha intentado ser poeta, sin triunfar, ni se ha ofuscado por algún pequeño éxito como escritor político, vuelve a su tierra, donde será señor campesino, alcalde, marido y padre, desconocido y ya serenado. La renuncia al amor, impuesta a la conciencia del hombre por el dolor de la mujer enamorada y honesta, está tratada con sugestiva delicadeza, como una confesión velada.
Es un libro autobiográfico y sugestivo, porque Fromentin, mediocre pintor, buen narrador en las páginas de sus viajes africanos (Un été dans le Sahara, Une année dans le Sahel), penetrante crítico de la pintura flamenca y holandesa en Maestros de antaño (v.), conociendo sus límites, nos dice que al hombre se impone la renuncia, cuando siente que carece de fuerza para llegar, para ser lo que soñó en la juventud ambiciosa. Esta es el alma del libro, lo que le distingue de las restantes obras maestras de la novela psicológico autobiográfica. El tono suave otoñal, retenido hasta en la efusión, la felicidad de las páginas geórgicas, el ingenuo fervor romántico, dominado, mesurado, con una compostura casi clásica, caracterizan a la obra, que permanece un poco al margen, en la sombra, pero que es original y viva.
V. Lugli
Como en la tragedia del siglo XVII, todo se reduce a personajes esenciales y significativos. Dominique es como un paisaje de personas, al que no se le puede quitar ni un árbol, al que nada se le puede añadir. (Thibaudet)