Colección de 223 composiciones breves, de metro y extensión diferentes, de (1817-1901). La voz «dolora» acogida oficialmente por la Academia Española, que atribuye justamente la paternidad a Campoamor y fija la fecha de nacimiento hacia 1846, significa, según el Diccionario, «una breve composición poética de espíritu dramático que envuelve un pensamiento filosófico sugerido las más de las veces por los contrastes de la vida o por las ironías del destino». Esta interpretación — que parece tener el apoyo de la última «dolora»: «En mi vida infeliz paso las horas—, mientras llega la muerte / transformando en «doloras» / las tristes ironías de la suerte» — no precisa el tema fundamental de la obra de Campoamor; a tal propósito notaremos con Valera que se puede hablar de una «eratosofía» casi completa.
Conocedor agudísimo del corazón humano — sobre todo del femenino —, Campoamor creó infinitas variaciones sobre el tema del amor y sobre las relaciones psicológicas ligadas con él: deseo, placer, indiferencia, en el anhelo siempre vano de una forma inextinguible de amor. Lo vano de la búsqueda conduce necesariamente a una concepción de la vida dominada precisamente por el amor, como ansia de valores eternos imposibles de hallar: hasta cuando Campoamor se proclama a veces (por ejemplo, «El amor y la fe») creyente en Dios, su concepción es íntimamente pesimista, tanto que justifica el concepto de la muerte como el premio deseado («El cielo de Leopardi»).
Son infinitos los temas que responden a la «Weltanschauung» del poeta: las desigualdades sociales, la tragedia de la miseria, son a veces tratadas con una fuerza que recuerda a ilustres ejemplos extranjeros («La noche buena», «El fisco», etc.), pero siempre son vistas bajo el aspecto sentimental; en otras ocasiones, Campoamor es un vigoroso escritor realista, como en «Historia de un amor», que es a nuestro juicio una de las mejores del poeta, o en el excelente «A rey muerto, rey puesto» (que forma parte del poemita «Las tres rosas»), de un notabilísimo vigor; otras veces la experiencia de la vida de Campoamor, impregnada de una continua duda, le hace afirmar que, mejor todavía que recordar, sufrir o llorar, «vivir es dudar» (de modo parecido se expresa en* «La vaguedad del placer» y en otras) y le induce a mirar con sonriente ironía a las «niaiseries» de los grandes amores terrenos («Lo que se piensa al morir», «Hero y Leandro», «Una cita en el cielo», «El amor inmortal», «Todo es uno y lo mismo», etc.) o le hace disculpar, más resignado que desconsolado, los egoísmos individuales («El gran festín»), la vanidad de las creencias («Las creencias»), el relativismo de las cosas terrenas («La opinión», «¿Qué es amor?», «Venus sacratísima»), sin otra certidumbre que la de la caducidad de todo («La verdad y la mentiras», etc.).
Pero en Campoamor, que seguramente poseyó la fe de que algunas veces habla, no hay rastro de verdadera desesperación: en él está el dolor mezclado con algún otro elemento y por ello no aparece enteramente trágico, como aparece en otros poetas para quienes es elemento de vida (por ejemplo, en Bécquer). Es, el suyo, un dolor que al parecer deriva mucho más de la saciedad que de la privación. La biografía de Campoamor parece, por otra parte, confirmar esta afirmación.
R. Richard