[Discorsi di religione]. Son tres ensayos publicados en 1920. Contienen en escorzo toda la filosofía gentiliana: nada existe que sea real fuera de la «actualidad» del espíritu, el cual contiene «lo infinito del espacio y del tiempo… donde el historiador puede indagar todas las épocas; el naturalista, todas las regiones de la tierra e incluso las más remotas del cielo; y el mismo teólogo especular con aquella realidad trascendente, cuyo concepto es la idea pura de la autoconciencia». Asimismo, la Religión, considerada en su elemento esencial, no puede ser sino el ansia del bien, el amor y la fe que nos une, que solicita nuestros pensamientos y nuestras acciones, el respeto de los valores humanos, es decir, un constante «disolver» y negar la particularidad empírica de nuestra existencia, para realizar en un plano superior de vida aquello por lo que somos verdaderamente hombres: la libertad moral.
La religiosidad no se reduce a una especial práctica confesional regulada por los dogmas, sino que condensa en sí todo el espíritu y lo impele a superar la realidad subjetiva de su propio ser y a liberarlo de la despótica necesidad de la materia.
Por ello, en toda actividad en que se halle en juego no un fugaz y caduco interés del individuo. sino el interés general, se halla presente la Religión. Igualmente el Estado, si tiene plena conciencia de su misión, no puede ser laico, es decir, no puede desterrar de sus acciones todo valor religioso; aunque tampoco por ello, entiéndase bien, debe someter sus exigencias a una autoridad externa — la Iglesia, el dogma —, sino llevar infusa en su actuación una intrínseca inspiración religiosa y moral. Y al igual que el político, el filósofo, el educador, el poeta, el héroe y cualquier otro que, aunque del modo más modesto y sencillo, pero con devoción y fe, atienda a su deber, ponen de manifiesto la libertad moral y la religiosidad en que consiste propiamente el destino último del hombre.
E. Cordignola