Discursos cristianos de Kierkegaard, Soren Kierkegaard

[Christelige Taler]. Obra del pensador da­nés publi­cada en 1848. Preludia el resuelto ataque que Kierkegaard desencadenará en los úl­timos años de su vida contra el Cristianis­mo oficial, contra la llamada sociedad cris­tiana, en la que se cuentan a millones los cristianos para quienes Cristo se ha conver­tido en una figura dulce y blanda.

El sen­tido genuino del Cristianismo consiste antes que nada, según Kierkegaard, en sentir a Cristo como «paradoja absoluta» o incluso como «escándalo». El escándalo consiste en admitir un Dios para quien todo es posible, tanto adoptar el aspecto de un esclavo como tomar actitudes de rey y señor. Como dice San Pablo, «oportet ut scandala eveniant», y Cristo con el «escándalo» de su muerte lavó la culpa de la humanidad. El Cristianismo está para Kierkegaard de tal modo ligado a este motivo que, si el Dios- Hombre no encerrase en sí la posibilidad del escándalo, no podría convertirse ni si­quiera en objeto de fe.

Esta última se pre­senta por lo tanto como una decisión, un escoger entre la aversión que lo divino suscita en nosotros y la atracción que por otra parte ejerce. Como resultado de una decisión, la fe conservará siempre una esencial incertidumbre, por lo que el cre­yente no está nunca seguro de creer ver­daderamente o de no creer, de encontrarse en la gracia divina o de haberla perdido. Por otra parte, todos estos motivos inheren­tes a la fe (escándalo, decisión, incertidum­bre) reciben plena luz sólo del pecado y de la angustia. De hecho, lo que hace posi­ble y necesaria la relación entre el hom­bre y Dios es la conciencia del pecado, que coincide con la de la propia libertad y de la propia singularidad, o mejor, uni­cidad.

En el pecado, el hombre establece con Dios una relación personalísima, dis­tinta a la de los demás hombres. Y sobre cómo se puede caer en pecado, nos ilumi­na el concepto de angustia. De hecho la inocencia no es un estado de absoluto can­dor; el profundo misterio de la inocencia es que es al mismo tiempo angustia, es decir, encierra el sentimiento vago e in­quietante de algo quizás terrible a cuyo encuentro vamos. Semejante estado de an­siedad alcanza un punto en que el hombre ya no es capaz de retroceder, y cae. Sin embargo, entre este instante y el inmedia­tamente sucesivo, cuando se produce la caída, media un abismo tan profundo como el que separa la inocencia de la culpa.

Entre uno y otro instante se opera un «sal­to» que ninguna ciencia puede explicar. Por ello es inútil quererlo entender con las categorías de la responsabilidad y de la libertad en abstracto. Y hay que acep­tar la paradoja del pecado, al modo que se acepta la paradoja absoluta del Dios- Hombre. La esencia del Cristianismo radi­ca precisamente en su naturaleza paradó­jica, de aquí la conciencia angustiada y torturada del verdadero cristiano, su des­venturado amor de Dios, su incertidumbre e incluso (como en el caso de Kierkegaard) su incapacidad para «efectuar el movimien­to último de la fe». Frente a todo ello, el Cristianismo, tal como es concebido y practicado oficialmente, parece una «gran fiesta navideña».

G. Alliney