[Dialogarorum libri quattuor de vita et miraculis patrum italicorum et de aeternitate animorum]-Cuatro libros de diálogos, escritos por San Gregorio Magno (5359-604), entre los años 593 y 594. Habiéndose retirado por algún tiempo, cansado de las preocupaciones y responsabilidades de su cargo, a un lugar apartado, Gregorio expresa al diácono Pedro su disgusto por no haber podido dedicarse a la vida ascética, con la que tantos hombres pudieron alcanzar la perfección.
Accediendo a los ruegos de Pedro, pasa luego a mostrar con ejemplos concretos la verdad de tal aserto, describiendo la vida y enumerando los milagros de santos italianos, tal como los aprendió de testimonios seguros o de su personal experiencia; los libros primero y tercero hablan de personajes que, por lo general, son desconocidos, a excepción de Paulino de Nola; el segundo (que históricamente es el más importante) está dedicado a San Benito de Nurcia; el cuarto es notable porque trata de la visión del más allá, que ha inspirado durante largo tiempo, hasta Dante. la poesía medieval.
En los capítulos 37 y 57 Gregorio habla extensamente del Purgatorio. No faltan pasajes de singular interés histórico, como los concernientes a los longobardos (III, 27) o a la conversión de los visigodos (III, 31), o de un notable realismo y vivacidad, como el del final del libro tercero que contiene el breve relato del paso salvaje de los longobardos. El capítulo 30 del mismo libro narra un hecho repetidamente recordado en la literatura posterior, referente al modo con que el alma de Teodorico (v. Teodorico de Verona) fue arrojada al volcán de la isla de Lípari. La forma dialogada, usada ya desde antiguo en obras de este género, por ejemplo por Sulpicio Severo, constituye para el autor un simple medio para dar vivacidad a la narración y facilitar las transiciones; la forma intencionadamente simple y clara, asequible para todos, ha favorecido la grandísima difusión de la obra, celebrada por escritores contemporáneos y, más tarde, por Gregorio de Tours, Isidoro de Sevilla, Ildefonso de Toledo, Beda, etc.
De la difusión de estos Diálogos incluso por los países más lejanos son prueba, entre otras, la traducción griega, debida al papa Zacarías (741-752); la anglosajona, hecha en tiempo de Alfredo el Grande por Werferth, obispo de Worcester, y las traducciones francesa, italiana e incluso arábiga.
E. Pasini