[Della pittura veneziana e delle opere pubbliche de veneziani]. Fue escrita por Anton Maria Zanetti (1706-1778) que la publicó en Venecia en 1771. Otra edición es de 1792.
Consta de cinco libros precedidos por un prefacio en el cual se diría que el autor, a quien se debe una refundición de los Veneros de la pintura (v.) de Marco Boschini, quiere hacer resaltar la mayor complejidad de intención que anima su obra en relación con las precedentes. Su primer libro está dedicado a los orígenes de la pintura veneciana hasta Bellini; el segundo trata de los grandes «cinquecentisti»; Giorgione, Tiziano, Tintoretto, Veronés, Bassano; el tercero, de los continuadores de los maestros citados; el cuarto, de la pintura del siglo XVII; el quinto «quiere dar una compendiosa idea universal de la pintura veneciana» desde el final del siglo XVII hasta mediados del XVIII.
Siguen en apéndice: una «Serie de los pintores forasteros y de sus obras que en Venecia públicamente se ven»; un «Catálogo de las estampas sacadas de las obras públicas de los pintores venecianos y forasteros»; finalmente algunas «Nociones en torno a las pinturas de mosaico de la iglesia ducal de San Marcos». Este tratado se desenvuelve según criterios cronologicotopo- gráficos, pero, antes de hablar de las obras de un maestro, hay una noticia crítica sobre su arte; tampoco las obras recopiladas con extremada diligencia y agudo discernimiento están meramente enumeradas: se da también idea de su asunto, se formula casi siempre acerca de ella un juicio de calidad; se corrige o se valora alguna atribución anterior, con verdadera y justa anticipación, en ciertos casos, del método filológico moderno.
En el prefacio, que tiene carácter autobiográfico, Zanetti declara haberse servido de los escritos de Vasari, Ridolfi y Boschini, de quienes indicó «aquellos lugares que ofrecen error de hecho»; en cuanto a los artistas más recientes dice haber referido todo «cuanto vi con mis propios ojos y oí contar por personas dignas de fe que yo conocí». El libro de Zanetti es, pues, en su género muy importante y con razón fue tenido en mucha estima: Lanzi declaraba en su Historia pictórica (v.) que la escuela veneciana no tendría ya necesidad de ser expuesta si Zanetti no hubiese limitado su tratado a las obras públicas de pintura, descuidando las privadas; después de él toda la antigua literatura tributó alabanza «al práctico, al teórico, al historiador escritor», que con buen método había sabido dividir épocas, describir estilos, distinguir méritos, estableciendo la posición de cada artista con laudable imparcialidad.
También desde el punto de vista de las ideas esta obra es más importante de lo que inicialmente parece. A pesar de que el autor se adhiere al principio naturalista, llega a superarlo, más de una vez, o por innata libertad de intuición (ante Tiziano), o por influjo clasicista (ante la pintura veneciana de los siglos XVII y XVIII). El criterio clasicista domina siempre su juicio, unas veces coaccionando su espontaneidad, otras veces conservándola, pero por entre limitaciones e incoherencias. (En el prefacio se lee: «Los estudios de mi edad más juvenil fueron acerca de las antiguas estatuas y comencé a cultivar el buen dibujo durante largo tiempo»).
Ante el color, sin embargo, y la luz tonalmente entendida, la clara intuición del escritor veneciano se precisa libremente en observaciones a veces felicísimas. ¿Cómo se explica la coexistencia tan evidente de los principios clasicistas y anticlasicistas que informan sus juicios sobre el color y el tono? Se explica por el arte del tiempo y del lugar. Mientras Canaletto, Tiépolo y Guardi concluían, completamente libres, la gloriosa tradición veneciana, surgían por un esfuerzo intelectual el neoclasicismo y el meditado arte de Antonio Canova. El conflicto profundo que complica en Venecia la vida artística del siglo XVIII se refleja en la crítica, y particularmente en la de Zanetti, en la cual, por otra parte, solamente las intuiciones sobre el color y sobre el tono, representan el aspecto espontáneo y fervoroso del juicio. Por esto, si bien las observaciones acerca del color y el tono son múltiples pero no continuas, y aun en ciertos momentos, poco más que esporádicas, ellas con su inmediatez y con su capacidad de adhesión al arte, bastan para destruir la efectiva entidad de los asertos clasicistas, y para dar a toda la investigación del autor un particular significado critico al cual perjudican, en realidad, las frecuentes divagaciones literarias en relación con la composición y el asunto.
De todas maneras la obra de Zanetti, a pesar de las contradicciones y las incertidumbres, representa el punto de llegada de un orden de ideas que, apenas confusamente entrevisto en el siglo XVI por Dolci (v. Aretino), tomó forma declarada en el siglo XVII con Boschini; la vasta materia, su orgánica sistematización y su elaborada forma literaria permitieron el máximo resalte a los caracteres, positivos o negativos, de aquella orientación crítica.
M. Pittaluga