De la Comunión Frecuente, Antoine Arnauld

[De la fréquente communion]. Obra de Antoine Arnauld (1612-1694), el gran jansenista; escri­ta por encargo del abate Saint-Cyran y de los religiosos de Port-Royal, fue publicada en 1643 a propósito de un caso de conciencia. Una dama, la señora de Sablé, había recibido la prohibición (según el dictamen del rigorista Saint-Cyran) de bailar, después de comulgar por la mañana; ella se lo con­tó a su confesor, jesuita, y éste, amistosa­mente, le contestó afirmando que el hecho de haberse acercado a los Sacramentos la haría disfrutar mayormente de la gracia en semejante caso de debilidad humana. Arnauld, en vista de ello, ataca violentamente a los confesores indulgentes que conceden el perdón de la Iglesia sin pretender una ver­dadera penitencia en el alma del fiel. Rigorista en la moral por el mismo presupuesto de la gracia que se concede a pocos, Arnauld quiere que el espíritu se renueve fren­te a los Sacramentos de la religión, a fin de no desvalorizar con una conducta ligera lo que hay en ellos de eficaz y de santo, diri­gido a la salvación del alma humana.

Contra las concesiones de los jesuitas, Arnauld se apoya en aquel que sintió, con verdadera firmeza, el sacramento de la penitencia y tanto contribuyó a hacer sentir la impor­tancia de los carismas cristianos: San Car­los Borromeo. Bien vale su ejemplo contra el de San Francisco de Sales, que, para atraer a las almas de los herejes suizos a su silla de obispo de Ginebra, se sirvió de la dulzura de los sentimientos y de la ca­ridad evangélica en su Introducción a la vida devota (v.). Las páginas de Arnauld sobre el santo francés, con un severo re­trato de sus calidades, son merecidamente famosas; en contraposición, el jansenista hace comprender con un estilo neto y pre­ciso la necesidad de la fe y de la partici­pación interior en los misterios de la reli­gión. La obra, que pronto le causó al autor acusaciones y diatribas, llegó a ser famosa y divulgada, por lo menos tanto como la del obispo de Ginebra, poniendo de manifiesto un nuevo espíritu ante el problema de la gracia.

C. Cordié