[hebr. Daniyye’l (Dios es mi juez)]. Libro del «Antiguo Testamento» (v. Biblia), atribuido a Daniel (siglo VI a. de C.), el cuarto de los profetas mayores, escrito parte en hebreo y parte en arameo. El libro contiene dos partes: una histórica, en la que el narrador habla en tercera persona, y otra profética, en la que el autor refiere sus visiones y profetiza en primera persona. La primera parte contiene episodios de la vida de Daniel (I-VI). Además del episodio de la casta Susana, ocurrido tal vez durante la juventud del profeta, otro gran acontecimiento es la explicación del sueño, cuando Daniel interpretó al rey Nabucodonosor la visión de la estatua colosal, forjada con diversos metales y hecha añicos por una piedrecilla desprendida del monte cercano, evocando así de nuevo el sueño que el gran rey había olvidado; quedó tan atónito Nabucodonosor por la exactitud del relato y su profunda interpretación que nombró al joven prefecto de todas las provincias del reino, su confidente y consejero íntimo. Se narra luego el hecho milagroso de los tres jóvenes compañeros del profeta que, habiéndose negado a adorar la imagen del rey, fueron arrojados a un horno ardiente, entre cuyas llamas permanecieron ilesos (cap. III). Muerto Nabucodonosor, Daniel continuó gozando de su alto prestigio ante los sucesores Evilmerodach y Nabónides con su hijo Baltasar, que le fue asociado como rey tres años antes de la ruina de Babilonia, de la que fue el último monarca.
Bajo el rey Baltasar empieza la actividad profética de Daniel, narrada en la segunda parte (VII, 1-Xtl, 13). En ella se contienen las célebres visiones sobre las relaciones históricas del reino de Dios con los cuatro mayores imperios del mundo: el asirio babilónico, el medo persa, el macedonicogriego y el romano. En el mismo comienzo del reinado de Baltasar, Daniel vio a cuatro animales gigantescos salir uno tras otro del océano: son los cuatro reinos que sucederán al imperio babilónico (VII). Más tarde ve a un macho cabrío dar furiosas cornadas a oeste, norte y sur, y embestirse con otro macho cabrío más fuerte, llegado del oeste con velocidad prodigiosa. Un ángel le revela el arcano de esta visión, que simboliza el desarrollo histórico de los imperios medo persa y griego (VIII). Cierto día, Baltasar invita a su mesa a toda la aristocracia babilónica. Medio ebrio, manda traer los vasos sagrados que Nabucodonosor se llevara del templo de Jerusalén. Y he aquí que durante la sacrílega profanación una mano misteriosa traza en la pared estas palabras: «Mane» (Dios ha contado tus días), «Thecel» (Fuiste hallado ligero en la balanza), «Phares» (Tu reino será dividido). Daniel revela el sentido de las tres oscuras palabras: a la noche siguiente, Baltasar era asesinado; Darío el Medo, identificado con Gobras, general de Ciro, será el nuevo dominador.
Daniel continúa en su puesto. Durante el reinado del nuevo rey Ciro, tiene las visiones de los capítulos IX, X, XI, XII, entre las que se halla la famosa visión de las Setenta Semanas. El ángel Gabriel explica en sueños el misterio: 490 años después del edicto de Artajerjes I (hacia el 445 a. de C.) en favor de la reconstrucción del templo (semanas, pues, de años y no de días), el Mesías sería condenado a muerte, abrogando con este solemne acto propiciatorio la ley antigua. El apéndice histórico (XIII, 1-XIV, 42) refiere algunos episodios de distintas épocas: el de Susana, ya narrado, y el de Bel y el dragón. El libro fue escrito con la finalidad de mantener firme en la fe al pueblo elegido a través de las furiosas luchas y persecuciones. El pasaje III, 24-90 así como los capítulos XIII y XIV tan sólo se han conservado en griego, razón por la que se llaman deuterocanónicos, pero es indudable que formaban parte del texto original y que tienen la misma autoridad divina y humana que las restantes partes del libro. Prueba de ello es que Teodoción sólo tradujo libros aceptados en el canon hebreo y existentes, por lo tanto, en hebreo o arameo. De estas partes poseemos también una traducción griega de Símmaco. El texto aceptado por la Iglesia no es el de los Setenta, sino el de la versión de Teodoción.
G. Boson