[Curiosités esthétiques]. Colección de críticas de arte del poeta francés Charles Baudelaire (1821- 1867), escritas para periódicos y revistas con ocasión de los «Salons» parisienses de 1845, 1846, 1859 y de la Exposición universal de 1855, y publicadas póstumas en forma de volumen en 1868 con un ensayo sobre la comicidad en las artes plásticas y algunos estudios sobre caricaturistas franceses y extranjeros. La crítica de Baudelaire, declaradamente asistemática, obedece a pocos y claros principios. La obligación de la crítica es encontrar en la obra de arte la expresión pura y simple de la individualidad del artista, pues lo bello está en todas partes y cada cual lo ve y lo reproduce a su manera. Por eso es preciso ensimismarse mediante la sensibilidad y la fantasía en la visión del artista (en este sentido la crítica ha de ser, según el escritor, «apasionada y parcial»), transformando luego la impresión inmediata en conocimiento analítico y reflexivo. Para captar la esencia individual de la obra de arte figurativa, la atención no debe concentrarse tanto en el sujeto cuanto en el modo en que está conseguido, es decir, sus valores formales. Afirmando que «la línea y el color hacen ambos pensar y soñar y que los placeres que derivan de ello son de naturaleza… absolutamente independiente del asunto del cuadro», Baudelaire formula el mismo concepto de la «pintura pura».
Aunque su fina inteligencia crítica reconozca la similar nobleza de la línea y del color, la simpatía del escritor se orienta preferentemente hacia las nuevas corrientes románticas de la pintura francesa. El Romanticismo es para él «la expresión más reciente, más actual de lo bello» y no está en los asuntos sino en el modo de sentir. «Quien dice romanticismo, dice arte moderno, es decir, intimidad, espiritualidad, color, aspiración hacia lo infinito, expresado con todos los medios que poseen las artes». Baudelaire teoriza el gusto figurativo deseando una pintura en la que predominen los colores, colores ricos de infinitos tonos y sin embargo, armónicamente acordados y melodiosos, a los cuales debe de adaptarse un dibujo no rígido y firme sino agitado y vivo. Con estos medios la imaginación crea un mundo nuevo, una «magia sugestiva», sirviéndose de la naturaleza como de un diccionario cargado de metáforas y de analogías. La entusiasta admiración por Delacroix, en quien Baudelaire ve realizado su mismo ideal pictórico y al cual dedica muchas páginas penetrantes en el volumen sobre el Arte romántico (v.), no le impide reconocer, sin embargo, el valor de Ingres, aun definiendo agudamente las limitaciones de su gusto; así como ser uno de los primerísimos admiradores de Corot, Rousseau y Courbet; y comprender el valor artístico y moral de la caricatura de Daumier.
Sin indulgencias para los eclécticos, los mecánicos reproductores de la realidad, los «pintores filósofos», los falsos sentimentales, ataca a Horacio Vernet, a Ary Scheffer y a otros artistas de moda y se desembaraza con mordaces epigramas de muchos pintores mediocres. Demuestra en fin escasa simpatía por la escultura en general, y especialmente encuentra «aburrida» la contemporánea, demasiado alejada de sus preferencias. Bastante más que la prosa de los Salones (v.) de Diderot, la de las Curiosidades estéticas, muy liberal en la forma, despreocupada, viva, señala en cierto sentido el principio de la moderna crítica de arte. Si bien debe a Delacroix (v. Diario) algunas de sus ideas fundamentales (reconocimiento de la naturaleza espiritual y subjetiva del arte, antirrealismo, exaltación del color), Baudelaire tiene el mérito de haber precisado y afinado hasta el más alto grado la conciencia crítica de la pintura romántica francesa, como movimiento no encerrado en sí mismo, sino destinado a desenvolverse en las nuevas corrientes del «realismo» y del impresionismo.
G. A. Dell’Acqua