[Kritik der reinen Erfahrung]. Obra del alemán Richard Avenarius (1843-1896), el filósofo más representativo del «empiriocriticismo». Publicada en Leipzig por los años 1888-90, en dos volúmenes, tuvo sólo después de la muerte del autor vasta notoriedad habiéndose reconocido en ella la anticipación de problemas filosóficos sólo planteados con claridad a principios del 1900, especialmente después que el físico Mach, sin ninguna relación directa con Avenarius, elaboró una filosofía de la ciencia muy parecida, y también Schuppe, el «filósofo de la inmanencia», reconoció su afinidad con Avenarius.
La Crítica de éste parte del concepto fundamental positivista, según el cual todo aspecto de la realidad, física o psíquica, es regulado por la ley del mínimo esfuerzo. Por esta ley toda distinción entre el yo y el mundo es absurda. El dualismo entre sujeto y objeto, tan típico del idealismo, es abstracto y artificioso, y no tiene nada que ver con la realidad inmediata como ésta se presenta a la experiencia sensible. El sentido no distingue entre el acto de sentir y las cosas sentidas que son sólo un dato de hecho, o bien dos datos de hecho, el yo y la cosa, que se pueden considerar ambos como sujetos o como objetos, pero no el uno como sujeto y el otro como objeto. El dualismo entre el yo y el mundo y entre espíritu y materia se resuelve en un puro juego de palabras. El yo, para Descartes y para Kant, principio del pensamiento y del ser, se hace igual a cualquier otro elemento de la experiencia. En otras palabras, no existe el yo que percibe una cosa, por ejemplo, el árbol, sino que ambos son elementos equivalentes de una única experiencia. «Yo tengo experiencia del árbol — escribe Avenarius — significa sólo: una experiencia consta de un conjunto más rico de elementos, yo, y de otro menos rico, el árbol». De este modo el elemento «yo» adquiere la misma naturaleza del ambiente y vivencia, aunque el «yo» sea un elemento relativamente constante respecto al ambiente.
Así, suprimida toda distinción entre psíquico y físico, el tono vital fisicopsíquico del individuo es dado por la menor o mayor posibilidad, por parte del sistema nervioso central, de establecer un equilibrio, una igualdad, entre las excitaciones y el consumo impuestos por el mundo exterior, y la cantidad de nutrición que es adquirida y asimilada. El mismo equilibrio domina la vida del pensamiento que refiere continuamente conocimientos nuevos a otros viejos, todo unificado en el esquema más sencillo. Los conceptos científicos y las innumerables clasificaciones de la ciencia no tienen por esto un valor real en sentido metafísico, sino un simple valor práctico y económico, en cuanto facilitan el orden y la síntesis del saber. El valor absoluto es, en cambio, solamente la experiencia sensible en su inmediata pureza o, como dice Avenarius, la experiencia pura no se puede alcanzar sino dándose cuenta del valor esencial abstracto de todo concepto científico y de todo razonamiento lógico. Así ocurre que la experiencia pura, que es la realidad más inmediata y más espontánea, no se puede alcanzar sino por medio de una crítica, la cual, liberándola de toda superestructura, establezca y aclare sus caracteres fundamentales constitutivos. De aquí el nombre de «empiriocriticismo» dado a la filosofía de Avenarius.
Hasta ahora la filosofía — dice Avenarius — ha librado a la humanidad de las ilusiones míticas y religiosas por las cuales el hombre proyecta en el universo su propio ensueño, y la divinización de sí mismo; lo ha liberado también de la exigencia de atribuir a las cosas el sentido de los sentimientos, de antropomorfizar la realidad y la historia; ahora es menester que libre al hombre de los conceptos míticos y abstractos de la filosofía y de la ciencia, como los conceptos de causa, de sustancia y los demás principios o categorías del pensamiento. De esta manera, mientras Kant, en la Critica de la Razón pura (v.), halló €n las categorías y en las ideas los. fundamentos del pensamiento y del ser, la Crítica de la experiencia pura superará las abstracciones kantianas y conducirá de nuevo al hombre a la unidad inmediata y a la certidumbre primitiva de lo puro sensible. Así la filosofía realiza el único cometido que le queda ya, y por el cual puede valer todavía su nombre: confirmar críticamente la verdad de que ya está convencida la conciencia común.
E. Pací