Cosmos, Alexander von Humboldt

[Kosmos]. Es la obra maestra del gran geógrafo y naturalista alemán Alexander von Humboldt (1769-1859). Ini­ciada en 1834, después de sus dos viajes a la América centro meridional (1799-1803) y a Asia central (1829) —viajes que fueron un buen ejemplo para espolear a todas las sucesivas expediciones científicas — fue pu­blicada en cuatro volúmenes, de 1845 a 1858, y traducida en el acto a muchos idio­as (muy divulgada es la versión francesa de Faye, cuidada por el mismo autor).

De todos modos la concepción de la obra es anterior: ya manifiesta en los Aspectos de la naturaleza (v.) de 1808, corresponde a su constante deseo de componer los resul­tados de las indagaciones individuales y de las disciplinas científicas en grandes sínte­sis, que, aunque teniendo una seria base en los estudios especiales, pudieran formar la cultura general del pueblo, de manera que aumentara su interés por el conoci­miento de la naturaleza y destruyera de este modo todo escepticismo y dogmatismo pro­pios del saber medio. El convencimiento de que el estudio de la naturaleza contri­buye a la elevación espiritual y material de un pueblo dio el tono a los cursos que él desarrolló en la universidad de Berlín, lo indujo a menudo a dar conferencias, y, ya viejo, a publicar el Kosmos, donde está re­sumido todo el saber científico de su tiem­po. En esta obra el autor se propone, como dice el subtítulo, dar el ensayo de una des­cripción física del mundo, y por mundo se entiende todo lo que existe en el espacio, y enseñar con ella la acción simultánea y la amplia concatenación de las fuerzas que animan la naturaleza, por lo que en la co­rrespondencia de sus leyes aparecen evi­dentes la unidad y la armonía, a pesar de la diversidad de sus fenómenos.

Para evitar la monotonía del consabido elenco enciclo­pédico de nociones, el autor recoge éstas prevalentemente en las numerosas notas al final de los volúmenes. De éstos, el pri­mero expone rápidamente la totalidad de los fenómenos naturales, desde las más le­janas constelaciones y nebulosas a nuestro globo terráqueo (su configuración, densidad, temperatura, actividad volcánica y electro­magnética, constitución mineral, historia fí­sica); el segundo habla del sentimiento de la naturaleza, según los tiempos y las ra­zas, en la literatura, en la pintura, en los testimonios de los viajeros, en los inverna­deros y en los jardines; luego resume el progresivo desarrollo de la idea del cosmos (a través de la observación, la emigración y el invento de los instrumentos que multi­plican la capacidad de observación) desde la filosofía naturalista a la escuela alejan­drina, de la dominación romana a la árabe, de los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI a los científicos de los si­glos XVII y XVIII. Los últimos dos vo­lúmenes completan el cuadro general de la naturaleza trazado en el primero, dando los datos experimentales sobre los que se apo­yan las opiniones científicas del tiempo so­bre el cielo (vol. 3) y la tierra (vol. 4).

El autor tenía la intención de escribir una obra rica también en méritos literarios, con el fin de conciliar ciencia y poesía; y en verdad el calor del entusiasmo que la ani­ma, especialmente cuando recuerda las pro­pias experiencias de viajero, la salva tanto de la aridez científica, como de toda vio­lencia o hinchazón retórica. Debido a la multiplicidad de su ingenio y a la inmen­sidad de su doctrina (fundó la geografía de las plantas, dio preciosas contribuciones al estudio del magnetismo terrestre, a la botánica, zoología, astronomía, geología, mi­neralogía, hasta a la estadística y a la eco­nomía del estado, que a la sazón salían a luz, y se ocupó de las formas políticas y del estado cultural de los pueblos, Espa­ña, México y Perú) puede hablar con se­guro juicio de cualquier tema que trate; pero también cita siempre con ejemplar precisión y modestia, el trabajo y los des­cubrimientos de sus colaboradores. Si al­gunos de ellos, y hay nombres que queda­ron memorables en la historia, le supera­ron en el campo de sus estudios especiales, y si al avanzar las investigaciones, algunas de sus afirmaciones (por ejemplo en geolo­gía) aparecen hoy en día equivocadas, Alexander von Humboldt queda siempre como el primero y el patriarca de la ciencia mo­derna, y especialmente en el Kosmos entre­gó un conjunto de fecundos pensamientos, en los que se inspiró el trabajo de muchas generaciones. [Traducción de Francisco Díaz Quintero (Madrid, 1851)].

L. Vertova