Cortesías en la Mesa, Bonvesin da la Riva

[De quinquaginta curialitatibus ad mensam]. Es un poema didascálico corto de Bonvesin da la Riva (1245?-1315?), publicado por primera vez en Padua en 1851 por Brunacci y, en edi­ción crítica, por Biadene, en Pisa en 1893. También son llamadas Cortesías de mesa. Está escrito en el característico dialecto li­terario de fondo lombardo que se había constituido en el siglo XIII como la lengua romance ilustre del valle, del Po, y en el verso favorito de este fecundo autor, el ale­jandrino, en cuartetos que las rimas o las asonancias unen a su vez en dísticos. Tres siglos antes de Monseñor Della Casa, el maestro milanés, pasando de la educación religiosa a la civil, ofrece a sus bastos oyen­tes una especie de ingenuo y rudimentario tratado de buena crianza, y a los venideros un vivo cuadro de costumbres.

Quien se sienta a la mesa ante todo tiene que ben­decir la comida, agradecérsela a Dios que se la da y no olvidarse del deber de la caridad para con el pobre. El hombre pru­dente no se sienta nunca en un sitio de honor del que le puedan más tarde alejar; no apoya sus brazos o sus piernas en la mesa; come y bebe con cierta medida, no habla con la boca llena ni bebe antes de limpiársela, no traga ruidosamente los lí­quidos, no salpica la mesa estornudando o tosiendo, no habla mal de la comida, no mira al plato ajeno, no revuelve la fuente buscando el bocado mejor. No hay que es­cupir, ni andar con perros o gatos, no hay que chuparse los dedos, ni cometer otras indelicadezas de este género; en lo rela­tivo a la limpieza de la nariz, se recomien­dan, para sonarse, los paños (evidentemente antepasados de nuestro pañuelo). Se acon­seja además que no se cuenten durante la comida cosas tristes, que se contengan even­tuales malestares, que se calle cuando se encuentre una mosca o algún otro objeto asqueroso en la comida y que no se acabe antes que el anfitrión, para evitarle la mo­lestia de tener que comer solo. Un con­junto, como se ve, de los más variados preceptos, entre los que no tienen que asombrarnos los detalles triviales, pues segui­remos encontrándolos hasta en el Galateo (v.), clara señal de la permanencia de cos­tumbres inciviles dentro de una tradición muy antigua de cortesía.

E. C. Valla