Consideraciones Intempestivas, Friedrich Nietzsche

[Unzeitgemásse Betrachtungen]. Obra filo­sófica del pensador alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), escrita y publicada entre los años 1873 y 1876. La primera considera­ción fue escrita entre abril y junio de 1873 y publicada en agosto; la segunda, escrita en otoño del 1873, se publicó en enero de 1874; la tercera, escrita en la primavera de 1874, fue publicada en octubre; la cuar­ta, escrita durante el verano de 1875, se editó en julio de 1876. La primera, «Da­vid Strauss, hombre de partido y escritor» [«David Strauss, der Bekenner und der Schriftsteller»], es un belicoso ataque con­tra el «filisteísmo cultural» que invadió Ale­mania después de la guerra victoriosa con­tra Francia, llevando a todos los intelec­tuales una clara satisfacción por el grado de su propia cultura y la convicción de haber logrado la perfección en este campo.

En realidad, esta pretendida cultura triunfan­te no es más que una babel de estilos, una especie de tácito acuerdo de todos los doc­tos en rechazar todo aquello que es vivo y que lucha, a fin de que esto no consiga turbar el orden cotidiano de su holgazane­ría. El «filisteo culto» pretende ser el ver­dadero hombre de cultura, con su mezquina mentalidad conservadora señorea por el campo cultural reduciendo los clásicos a sus propias proporciones, de manera que in­cluso su admiración hacia ellos es indigna. El verdadero artista es siempre un buscador y un revolucionario, pero estos hombrecillos aman su tranquilidad convencidos de que la verdadera cultura alemana está en sus manos. Toda esa categoría de intelectuales satisfechos, Nietzsche la representa en la figura de David Strauss, autor de uh libro titulado La vieja y la nueva fe, en home­naje a los nuevos tiempos. Se perfila en esta primera «intempestiva» el desprecio que Nietzsche sintió por todo el sistema edu­cativo alemán de fines del XIX, satisfecho de sí mismo y vacío de contenido.

La se­gunda, «De la utilidad y desventaja de la historia para la vida» [«Vom Nutzen und Nachteil der Historie für das Leben»] es también una áspera requisitoria contra la propagación en alemania de un estropeado «sentido histórico» que alimenta una mu­chedumbre de filólogos para los cuales la historia no es más que un organismo com­pletamente muerto que debe disecarse. Los filólogos han perdido de vista la real im­portancia de la historia, que debe favo­recer la vida, no matarla. En el verdadero historiador, debe sobresalir un instinto cons­tructor; gracias a él, el pasado debe ser revivido a la luz del presente, la linfa de la vida debe vivificarlo, de manera que el historiador debe también transformar el pa­sado según las exigencias del futuro que ha de llegar. La historia debe ser semejante a una obra de arte, si debe, como fuerza viva, estimular la acción. Solamente las grandes personalidades pueden examinar y juzgar la historia imprimiéndole el vigor de su propia vitalidad, rodeándola de la atmósfera de lo «no histórico», única atmós­fera en que puede desarrollarse la vida en su devenir triunfante; se precisa una cier­ta cantidad de ilusión para crear algo gran­de, una especie de ceguera amorosa, por medio de la cual se mire el pasado con ojos exaltados con que buscar un estímulo para perseverar. En la tercera, «Schopenhauer como educador» [«Schopenhauer ais Erzieher»], Nietzsche declara su ideal del filósofo; pero, a través de la figura de Scho­penhauer, nos revela su personalidad, de manera que puede decirse que aquí está escrita su historia íntima.

Su concepto es que la finalidad a que tiende la naturaleza, y por consiguiente la verdadera cultura, es la creación del genio; los hombres son ten­tativas dolorosas, y no obstante admirables, por las posibilidades que encierran; éstos deben obrar para hacer más fácil la tarea de la naturaleza, deben despreciar en sí mismos las tentativas fracasadas y esforzarse a fin de que la obra de la naturaleza pueda algún día resultar mejor. Por esto la doctrina de los fuertes empieza con la negación y el pesimismo; éstos se levantan como titanes ante el porvenir y deben de­rribar, negándola, toda la idea común de considerar la vida, en vista de la finalidad superior y exclusiva, que es la de preparar el camino a la creación del verdadero hom­bre, infinitamente más alto que la huma­nidad común. Éste es el verdadero objeti­vo de la cultura. Por esto la cultura mo­derna es mentirosa y dañina, por cuanto está al servicio de pequeños egoísmos microcósmicos, degenerada en algo inofensi­vo y con tendencia a crear toda una legión de hombres corrientes. Bajo este disfraz, la cultura es explotada por el egoísmo de los especuladores, por el egoísmo de los hom­bres de ciencia absortos en científicas e im­productivas especulaciones de problemas pu­ramente teóricos y, finalmente, por el egoís­mo del Estado que propugna una especie de filosofía bastarda, que consiste en hacer la historia de toda clase de filosofías.

En realidad, el filósofo es algo explosivo, una suma de energías que por doquiera se pre­sente lo transforma todo, ya que para crear antes hay que destruir. La cuarta consi­deración, «Wagner en Bayreuth» [«Wagner in Bayreuth»], aprovechando la ocasión del gran acontecimiento de la terminación de los Nibelungos (v.), de Wagner, en Bay­reuth, describe el ideal artístico de Nietz­sche, personificado en Wagner mismo, el renovador dramático-ditirámbico del verda­dero espíritu trágico. Vuelve aquí el tema expresado ya en el Nacimiento de la tra­gedia (v.), de la música como inspiradora de un nuevo espíritu creador en el arte. El arte debe ser rescatado de su carácter de objeto de lujo, diletante y privado de vitalidad, que ha asumido en homenaje a la estúpida «sociedad culta». El arte debe ser generador de vida, que anime los es­píritus luchadores en los intervalos de la lucha, y vivifique su poder negativo y afir­mativo. El sentido trágico está, en estos momentos, perdido; los hombres se divier­ten en experimentos artísticos sin vigor y se mantienen mudos de una manera hostil ante el genio que intenta conmoverles; la música de Wagner, fruto de su ánimo tu­multuoso, es una llamada al pueblo de los elegidos, que desafía la desconfianza y la hostilidad, segura de su fuerza, que será fuerza del pueblo de mañana, librado de los pastos de una cultura perezosa y men­tirosa y encaminado por los caminos de más arduos destinos. Dentro del estilo batalla­dor de estas «intempestivas», Nietzsche se presenta ya como el elemento transtornador de todos los valores, el instigador de un mundo adormecido, incluso si, hasta aquí, no se ha desembarazado del todo de la in­fluencia de sus maestros. «Las intempestivas son promesas», declaró más tarde Nietzsche; y estas promesas no fallarán. [Trad. espa­ñola de Eduardo Ovejero en Obras com­pletas, tomo II (Madrid, 1932)].

G. Alliney