Colón.

La figura de Cristóbal Colón y el descubrimiento del Nuevo Mundo, que dio principio a una nueva Era en la historia, han tenido gran resonancia en obras lite­rarias no siempre inspiradas y, en general, de escaso mérito. En 1493, todavía vivo el almirante, apareció en Roma un pequeño poema en octavas de Giuliano Dati, que no es más que una simple falsificación de una «relación» colombina; en 1581, en Roma tam­bién, Lorenzo Gambara publicó De navigatione Cristophori Columbi, que pone en boca del propio Colón sus viajes; otro poema en hexámetros, Columbeis (Roma, 1589), de Giulio Cesare Stella, inacabado y muy por debajo también del valor épico del argu­mento; le siguió el poema cortesano de Gio­vanni Giorgini, el Nuevo Mundo (1596), que más bien es un panegírico del rey Fernan­do, considerado como verdadero descubridor de América. Alusiones al descubrimiento de América se encuentran en muchos poemas y obras de la época, como en Fidamonte (1581), de Curzio Gonzaga; en la Siriade (1591), de Pietro Angelo Bargeo; en Palermo libertada [Palermo liberato, 1512] de Tomaso Balbi; en el Tañeredi (1612), de Ascanio Grandi; en la Conquista de Granada [Conquisto di Granata, 1650], de Girolamo Graziani; en América (Roma, 1650), de Gerolamo Bartolomei, pero dedicada a Vespuccio. Son notables el poema Nuevo Mundo (v.), de Stigliani y, asimismo, el Océa­no (v.), de Tassoni. Pero ni siquiera el si­glo XVII, a pesar de su amor por lo ma­ravilloso y heroico, supo dar un poema o una poesía dignas del tema. La Arcadia tra­tó aún más someramente el tema con los poemas: Columbus, de Eudosso Pauntino (el jesuita Umbertino da Carrara), El Almirante de las Indias [L’Ammiraglio delle Indie], de Ormillo Eremessio (Alvise Querini), et­cétera.

*   Los impíos castigados o El retomo de Tailich a México, comedia en un acto, sigue, en el argumento y en las maneras, a Colón en las Indias. La historia de Tailich, aliado del rey Atabaliva, se reanuda cuando él y don Hernando actúan juntos contra Colón y Moctezuma, queman la nave de Colón, ha­cen prisionero a Moctezuma, pero al fin son derrotados. Hernando perece en el incendio de la nave y Moctezuma perdona a su hijo, que se somete.

U. Déttore

*   En el siglo XIX, además de la Colombiada [Columbiade, 1826], de Bernardo Bellini, obra ampulosa y de escaso mérito, en­contramos el poema en ocho libros de Lo­renzo Costa (1798-1861), Cristóbal Colón [Cristoforo Colombo], publicado en Génova en 1846. Después de una invocación al Señor, el autor hace unas breves alusiones a las vicisitudes de todo lo creado hasta el día en que, en Génova, nace el niño que, como su mismo nombre ya indica, será «paloma ele­gida y portador de Cristo». La certeza de una misión divina que cumplir le acompa­ña en los juegos y los estudios, en los pe­ligros del mar y de la guerra y en el casto amor por la tierna mujer que, demasiado pronto, le precede al cielo, dejándole como prenda de amor a su hijito Diego. Confor­tado por la fe, soporta las amonestaciones y las burlas hasta que Juan de Marchena le consigue la ayuda de Fernando y de la vir­tuosa Isabel. Viene, después, el viaje du­rante el cual tan sólo la fascinación viril del héroe impertérrito ante los más terri­bles fenómenos consigue llevar a la chusma temerosa hasta la meta. Vuelve de allí ale­gre, no tanto por los tesoros de toda clase que deposita a los pies del rey, como por haber conquistado un nuevo pueblo para la fe de Cristo.

En la trama del poema se in­sertan numerosas digresiones, indicaciones proféticas sobre el triste fin de Colón, sobre los descubridores que le seguirán, sobre los acontecimientos futuros de Italia y el futuro poder de la casa de Saboya, sobre el apogeo de la navegación a vapor, descrip­ciones de lugares, de costumbres, de fiestas, * de corridas, etc., etc. La imitación clásica se muestra siempre presente en los versos libres de Costa, quien, para lograr su gra­vedad, se acoge con gusto a los arcaísmos más desusados. Pero, junto al material apor­tado por la tradición antigua, de la cual Costa se declara continuador, circula una amplia corriente romántica que va afloran­do aquí y allá en las descripciones y se des­borda por completo en el importante episo­dio central de los amores de Diego y Azema. Azema es una pura e ingenua virgen, nacida entre los salvajes del Nuevo Mundo, pero descendiente de un genovés, un Doria, que llegó en un naufragio, muchos años an­tes, al huir de los odios de sus conciudada­nos. El amor de los dos jóvenes en aquel edén salvaje y el piadoso fin de Azema, herida por el arma brutal de un galeote español, tienden a dar variedad, con su nota patética, a la monotonía del poema, empren­dido con fuerzas desproporcionadas a la al­tura de la tarea.

E. C. Valla

*   Uno de los mejores romances históricos del Duque de Rivas, Recuerdos de un gran­de hombre, está también dedicado a Colón, así como el poema en octavas reales Colón, de don Ramón de Campoamor (1817-1901), publicado en Valencia en 1852. Sigue el poe­ma puntualmente la relación del descubri­miento, extractada del diario y la vida de Cristóbal Colón por Washington Irving, que Campoamor publicó como apéndice. Aparte esta pauta tiene algunos episodios inventa­dos por el poeta. Es un curioso ensayo de resurrección del poema épico erudito en el siglo XIX. El carácter de la poesía de Cam­poamor no podía estar más distante del so­lemne tono que tales poemas revistieron, y aunque les imita en el metro, las octavas se hacen menos rígidas y el prosaísmo y la agudeza típicos del poeta de las doloras di­suelven el empaque del noble metro. Temas líricos aparecen también coadyuvando al mismo objeto. De ellos uno, el de las nubes, ha sido finamente glosado por Azorín. La máquina sobrenatural, indispensable en es­tos poemas, está aquí representada por ale­gorías abstractas y no por dioses o poderes supra terrestres.

J. M.ª de Cossío

*   También la literatura sudamericana ha contribuido a la exaltación del descubridor. Muy notable es el poema Colón del poeta brasileño Manuel de Araujo Porto-Alegre (1806-1879), publicado en Viena en 1863. Se compone de 40 cantos en versos libres y es la exaltación de la vida y aventuras del gran genovés. La obra es a menudo enfática, casi siempre prolija y de pocos alientos a pesar de la variación de escenas pintorescas y de agradable lectura. Colón es ensalzado como un nuevo «Prometeo del Océano; encade­nado / en su nave gloriosa se enfrenta / con los reales verdugos que aún / le en­vidian su genio inmortal!» Terminado des­pués de muchos años de pacientes y eruditas investigaciones, se le considera como la obra maestra del autor, que fue el verdadero pre­cursor del Romanticismo en el Brasil. Es notable como estilista que sabe librarse de las trabas que representan los prejuicios clásicos; pero en conjunto adolece de defi­ciencia en su capacidad constructiva incluso allí donde la imaginación puede moverse con libertad, fuera de trabas eruditas (véase, además, el Descubrimiento de América, de Pascarella).

G. A. Magno

cardo Wagner (1813-1883) para el Columbus de T. Apel, compuesta en 1835; las óperas Cristoforo Colombo, de A. Franchetti (na­cido en 1860), representada en Génova, en el año 1892, y Christophe Columbus, en dos actos y veintisiete cuadros de Darius Milhaud (nacido en 1892), sobre texto de Paul Claudel (Berlín, 1930); y música radiofónica de Arthur Honegger (1892-1955).