[Klassi citet och Germanism]. En la primera parte de esta obra compuesta en 1898, el poeta sueco Carl Gustaf Vemer von Heidenstam (1859-1940) enumera los rasgos que oponen el germanismo a la clasicidad. Estos rasgos no son, entiéndase bien, exclusivos de los pueblos germánicos, pero en éstos se muestran mucho más acentuados. Entre ellos, los principales son el carácter popular y el predominio del sentimiento. «Cuando de modo especial se considera la historia de la literatura germánica, causa fuerte sorpresa su modo de ser popular, que entre grandes risas y cantos, pasa rumorosamente por delante de nosotros». Hasta la distinción de castas, muy arraigada entre los germanos, «es en el fondo cosa netamente plebeya, mientras, por el contrario, los neolatinos, precisamente por medio del más libre tono de igualdad entre los de arriba y los de abajo, se comportan unos con otros como verdaderos aristócratas». Los alemanes, además, aman la naturaleza «como a un adversario de la civilización, un enemigo de la ciencia y del arte, como un aliado suyo». El humorismo «con su fuerza destructora contra la severidad apolínea» es, en fin, la mayor «arma de los alemanes contra la clasicidad». La ausencia de humor sería decididamente un defecto para ellos; mientras que los pueblos más directamente educados bajo el influjo clásico se han mostrado siempre impenetrables a las corrientes humorísticas procedentes del septentrión. Ni se han preocupado por él: «¿no está quizá la Divina Comedia unos grados más por encima de Shakespeare y de los ingleses contemporáneos de él?».
Educados en la falta de buen gusto, los poetas nórdicos «se han salvado separando su estilo en dos partes, en dos compartimientos separados por una misma pared. El Goethe heleno y el Goethe nórdico son dos personas en todo diferentes. Lo mismo pasa con Runeberg». Viniendo luego a considerar la literatura sueca, después de haber notado de paso que los suecos han sido más grandes como políticos y héroes que como pensadores y artistas, Heidenstam observa que, debido al profundo influjo ejercido por la clasicidad, los suecos, al igual que los daneses, «pueden ser con mucha razón llamados apóstatas del germanismo», y con todo, en mayor o menor medida, éste reaparece siempre. «En Bellman, por ejemplo, ¿no se apaga la clasicidad en la embriaguez subjetiva y en un macabro humor germánico, en el que se dejan oír el cuerno de caza y la campana de los muertos? En Tegner, la clasicidad ocupa el primer lugar, pero es además el señor de vastas colonias germánicas, de las cuales saca a la vez ornamento y dolor. A su vez, el germanismo es predominante en Thorild, Marcus Larsson, Geijer y Almqvist». El arte sueco debe tender más a la clasicidad, «y, con todo, considerados en conjunto, los dos platillos de la balanza se mantienen en buen equilibrio», lo que conviene conservar. Heidenstam vuelve, pues, a tratar uno de los grandes temas de la crítica y de la historiografía romántica, iluminando el contraste entre clasicidad y germanismo desde el punto de vista del estilo. Conservan un valor particular las observaciones que hace sobre la obra de los mayores escritores suecos, observaciones que, hechas por un literato tan culto y exquisito, cuentan entre lo mejor que se ha dicho a este propósito.
V. Santoli