[Chiare, fresche e dolci acque]. Canción de Francesco Petrarca (1304-1374), que forma parte del Cancionero (v.). Es la apoteosis de Laura (v.): una apoteosis terrena que se esboza en algunas composiciones del Cancionero y que despliega en su conjunto una singular belleza de imágenes y blandura de acentos. En torno a la visión de la beldad que se presenta en la cuarta estancia, junto a las aguas murmuradoras en un verde prado bajo una lluvia de flores, se mueve toda la poesía: el exordio, en el que el poeta, vuelto al lugar donde tuvo la revelación de aquella belleza, parece pedírsela a las aguas, a los árboles, a las hierbas, y la fantasía a que se entrega, dulce y melancólica a la vez, de morir y ser sepultado en aquel lugar que le es tan querido, y languideciendo de amorosa piedad, conmover a la insensible, hasta que atraída también ella por aquellos lugares, inducida por la fúnebre visión, llora con el llanto suave de una bella mujer, no es sino la preparación de aquella visión, viva para siempre en lo íntimo del poeta y que resurge en todo su fulgor tras el preludio fantástico y elegiaco.
¿Dónde están las imágenes fúnebres y los sueños quejosos? «De las bellas ramas descendía / (Dulce en la memoria) / una lluvia de flores sobre su seno; / entonces ella sentóse / humilde entre tanta gloria / cubierta ya del amoroso nimbo». No existe para el poeta nada más que la admirable visión: y con aquellas imágenes resurge en él el sobresalto de un día, el éxtasis ante una aparición sobrehumana. «Cuántas veces dije / entonces lleno de espanto: / ella sin duda nació en el paraíso… / Y decía suspirando: / ¿Cómo y cuándo he venido? / creyendo estar en el cielo y no allí donde estaba». Toda la estancia última vibra con aquel sentimiento que aporta una nota dramática a la celebración de la belleza, y concluye la composición volviendo al tema inicial; sintiendo el poeta su ánimo perennemente exaltado y perennemente insaciado por aquel precioso, único recuerdo. «De entonces acá me place / esta hierba, y en otro lugar no hallo paz». El entusiasmo de toda la canción, continúa en la brevísima despedida, en la que no sólo se ve la confesión que hace el poeta de la insuficiencia de su poesía, sino también la celebración de aquel tema, para el cual a su ánimo conmovido ningún ornamento le parece suficiente y con el que se podría componer la más bella de las poesías, capaz de satisfacer al más exigente de los lectores. «Si tuvieses los ornamentos que yo te deseo / podrías osadamente / salir del bosque y mezclarte con la gente».
M. Fubini
Petrarca aparta el fantástico desear, el indeciso querer, la melancolía, la desidia, que no tiene derechos, precisamente porque no es algo positivo sino negativo y, según se ha dicho, una enfermedad. Pero enfermedades como ésta que aparece en él son procesos gracias a los cuales, en el esfuerzo y en el dolor, la humanidad se afina y se hace mayor. (B. Croce)