Diálogo de Platón (427-347 a. de C.), perteneciente al período juvenil, cuyo tema es la definición de la sabiduría o templanza. Un día Sócrates aparece por la palestra de Taurea y allí encuentra, entre otros, a Critias y a un joven de noble cuna, primo de Critias, Car- mides. Sócrates queda deslumbrado ante la belleza de Carmides; si por acaso es además amante del saber y templado, no habrá nadie de seguro que resista a sus encantos. Critias asegura que, en efecto, Carmides posee estas cualidades, y a fin de que Sócrates pueda comprobarlo personalmente, manda llamar a su primo con el pretexto de que Sócrates posee un remedio para curarle sus dolores de cabeza. Car- mides se acerca, y Sócrates le expone el ceremonial que debe acompañar a su medicamento. Éste le fue dado por un médico tracio que afirmaba que no puede curarse una parte del cuerpo sin curar todo el cuerpo, ni el cuerpo sin hacer un encantamiento al alma: este encantamiento consiste en los bellos razonamientos que educan el alma. Pero si Carmides es ya sabio, no precisa encantamiento, y Sócrates puede entregarle el medicamento al instante. Pero Carmides, como joven modesto y bien nacido que es, no quiere vanagloriarse y prefiere examinar con Sócrates la naturaleza de esa preciosa virtud que es la sabiduría.
Y empieza definiéndola como una especie de calma. Pero calma equivale a un obrar lento y penoso: y ¿cómo podría aplicarse a la sabiduría, que es tan hermosa? ¿Por ventura las cosas hermosas no requieren agilidad y prontitud? Carmides lo admite y, después de haber reflexionado un poco, avanza la idea de que la sabiduría corresponde al pudor. Pero no toda clase de pudor es bueno, al paso que la sabiduría, siendo hermosa, siempre debe ser buena. También esto es verdad, admite el joven, que recuerda una definición que alguien le propuso: la sabiduría consiste en hacer cada uno lo que le corresponda hacer. Tampoco esta vez Sócrates puede asentir: ¿qué sucedería, en efecto, si cada cual pensase sólo en sí mismo, sin tener ninguna relación con los demás? Aquí Carmides vacila y Critias interviene para sustituirlo en la discusión, defendiendo también él la última definición, la cual no excluye el obrar para los demás, sino sólo el obrar mal, que, al decir de Hesíodo, es la única cosa que ha de considerarse extraña; o sea que, en último análisis, la sabiduría consiste en hacer el bien. Pero a veces, observa Sócrates, obramos sin saber si nuestras acciones tendrán resultado útil y bueno: en tal caso, uno obraría según sabiduría, sin saber que es sabio. Eso no puede ser. Entonces Critias prefiere renunciar a su definición. Después le parece haber hallado la vía justa: la sabiduría consiste en conocerse a sí mismo; es lo que habría enseñado el oráculo de Delfos con su famosa advertencia, que Critias cree poder interpretar como «sé sabio». La sabiduría sería, pues, una ciencia, rebate Sócrates: pero, ¿ciencia de qué? Pues toda ciencia tiene su objeto.
Mas la sabiduría, al decir de Critias, es una ciencia especial que se diferencia de las demás: en efecto, mientras éstas tienen su propio objeto fuera de ellas mismas, la sabiduría es la única que es ciencia de sí misma y ciencia de las demás ciencias. Consiste por tanto en saber 16 que se sabe y lo que no se sabe. Pero, ante todo, ¿cómo puede una ciencia tenerse a sí misma por objeto? Sería como si la vista no viese las cosas externas, sino sólo a sí misma; en cuyo caso, debería la vista ver un color de sí misma, puesto que sin colores no puede darse la vista. Por otra parte, así como una cosa más grande que ella misma y que las cosas más grandes, es también más pequeña que ella misma, porque no es más grande que aquello respecto a lo cual las otras cosas son más grandes, así también lo que es más que sí mismo es también menos que sí mismo. Entre todas estas contradicciones la definición de la sabiduría parece peligrosa. Por lo demás, aun admitiendo por verdadero todo cuanto dice Critias, la sabiduría así entendida no sería cosa útil. En efecto, siendo ciencia de las ciencias y no de sus respectivos objetos, no podría tener ninguna eficacia práctica: e igualmente, siendo ciencia de la ciencia y de la no-ciencia, no nos ayudaría a descubrir quién es experto en una ciencia determinada y quién no, porque no podría experimentarlo, ignorando el objeto de tal ciencia. Además, el vivir conforme a la sabiduría no procuraría la felicidad, pues una sola ciencia puede hacer feliz la vida: la ciencia del bien y del mal, con la cual no se identifica la sabiduría, porque, al decir de Critias, es ciencia de las ciencias, y, por tanto, no lo es del bien y del mal. Critias es vencido y la discusión se cierra sin éxito positivo; pero ella da su fruto, puesto que Carmides, fascinado por el saber de .Sócrates, se ofrece a él como discípulo, declarándose dispuesto a dejarse «encantar» todos los días. La bella vivacidad con que los interlocutores son presentados y el desarrollo simple y dialécticamente armonioso del diálogo, hacen del Carmides uno de los diálogos más elegantes que escribió Platón. [Trad. de Patricio de Azcárate, en Obras Completas (Madrid, 1872)].
G. Alliney