Cancionero de Montoro

El poeta cas­tellano Antón de Montoro (hacia 1404-después de 1474) intentó la poesía épica en las coplas de arte mayor que dedicó al duque de Medinaceli, relativas a la muerte de cierto alcaide llamado Urdíales en lucha contra los sarracenos. La composición, de lectura fatigosa, imita, en tono menor, el episodio del llanto de la madre de Lorenzo Dávalos que se lee en el Laberinto de For­tuna (v.) de Juan de Mena. Este, que sintió por nuestro poeta un verdadero aprecio, fue el modelo constante de Montoro, el cual le dedicó, a su muerte, una composición que revela un noble entusiasmo. Nuestro autor poetizó, también, cuestiones de la casuística amorosa vigente en la época. La «Pregunta sobre dos doncellas», por ejemplo, nos pre­senta el mismo conflicto que debatieron el Príncipe de Viana y Johan Róis de Corella en unas epístolas famosas y Calderón de la Barca en la comedia Amado y aborrecido. Un escudero, llevando consigo a dos donce­llas, a una de las cuales ama y es amado por la otra, «andava / por el gran Occeano», cuando se levanta una tormenta y, para no naufragar, le «conviene langar / una destas a la mar». ¿De cuál de las dos se despren­derá? «A la doncella fermosa / que’l ama­ba en perfección / aquella debe guardar, / y la otra condepnar / a qualquier tribula­ción». Pero el poeta rectifica: «Mas cuanto al seso dado, / non vale la conclusión; / que Dios ama con rasón / aquel de quien es amado: / y quien le tiene olvidado / con entendimiento estrecho, / non le quita su despecho / nin le perdona el pecado». La parte más considerable del cancionero de Montoro es de carácter satírico y humo­rístico. Vale la pena, en este sentido, re­cordar la polémica sostenida por nuestro poeta y Juan de> Valladolid, de la que triun­fa, por ingenio y cinismo, el primero: «Al­ta reina de Castilla, / pimpollo de noble vid, / esconded vuestra baxilla / de Juan de Valladolid».

El poeta Juan de Marmolejo fue, él también, blanco de su sátira: «Guardas puestas por Consejo, / dexadle passar e entre / un cuero de vino añejo / que lleva Johan Marmolejo / metido dentro en su vientre: / e pasito, non reviente». También, en este aspecto, Montoro imitó a Juan de Mena en los «quexos» o lamentos que pone en boca «de una muía que avía empeñado Juan Muñiz a don Pedro de Aguilar e después ge la desempeñó». Del mismo tono es el diálogo que el poeta sos­tiene con su caballo «porque don Alfonso de Aguilar le mandó trigo para él y cebada para el caballo, y el dicho Ropero suplicóle que se lo mandase dar en trigo todo». Mon­toro, como es característico de la litera­tura juglaresca, practicó la mendicidad poética. El título de una de sus composi­ciones es «Al conde de Cabra, porque le de­mandó e non le dió nada». Tuvo más suerte cuando acudió al Corregidor de Córdoba Gómez Dávila, pidiéndole ayuda para casar a una de sus hijas, pues consiguió, de éste, que le «ficiese un albalá» por valor de tres­cientos maravedís, que había de abonarle Juan Habís, cambiante del cabildo de la ciudad. No sólo pedía dinero, sino que llegó a pedir, a éste último, viandas. Su oficio de sastre fue objeto, como su misma condición de judío converso, de la sátira de sus ene­migos. Sus mismos amigos, como Alfonso Velasco, le aconsejaban que abandonase un oficio tan humilde, pero él se justificaba en estos términos: «Pues non cresce mi caudal / el trobar, nin da más puja, / adorémoste, dedal, / gracias fagámoste, ahuja». Cuando en 1474 se desencadenó, en Castilla y An­dalucía, la persecución de conversos, nues­tro poeta escribió una noble composición en la que pedía, a los Reyes Católicos, jus­ticia en nombre de los neófitos, inmolados más por la codicia y el odio que por el fa­natismo. Pero, ella también, como es carac­terístico de nuestro autor, termina con una pirueta humorística: «Pues, reyna de auto­ridad, / esta muerte sin sosiego / cese ya por tu piedad / y bondad, / hasta allá por Navidad, / cuando sabe bien el fuego».

J. Molas