[Die Lieder des Mirza Cchaffy]. Obra poética de Friedrich Bodenstedt (1819-1892), cuya fama, más que a sus numerosas obras (recopilaciones de cantos populares, investigaciones etnográficas, geográficas e históricas y estudios shakespearianos, dramas, etcétera, que forman doce volúmenes), se cimenta en este librito publicado en 1851 bajo el nombre de su maestro persa Mirza Schaffy, un tártaro huido del seminario mahometano de Gjándsáh y conocido por él en 1845 durante su estancia en Tiflis. Parte de las poesías habían sido ya incluidas por Bodenstedt entre la prosa del volumen Mil y un días en Oriente; y las explicaciones históricas, que Bodenstedt había añadido, contribuyeron en gran parte a hacer creer que se trataba verdaderamente de traducciones. Incluso críticos famosos como R. Prutz, A. Stern, etc. cayeron en la trampa; y pasaron veinte años antes de que el misterio se disipase — pese a que el tono de la poesía es el de un fácil «epicureismo pequeño-burgués» y la «alabanza del vino, de la mujer y del canto» haga pensar bastante más en las bonachonas «sobremesas» del fraile Martín Lutero que en las embriagueces sutiles de Hafiz, y la forma presente resonancias de Heine, incluso audibles, y el conjunto sea tal que ciertamente lo encontró de su gusto —junto con tantos otros millones de alemanes — el maestro de escuela Gottlieb Biedermeier en leal compañía con su inseparable amigo, el encuadernador Horatius Trenley. El Cancionero bien pudiera ser definido como la dulce «aventura del Oriente» de la época Biedermeier (v.). Está dividido en nueve partes, fundidas en un conjunto armónico. Los primeros quince cantos, de sabor anacreóntico, son para Zuleica, la muchacha amada; trece son los «Cantos de lamento» que giran en torno al motivo «Tontería es creer que el corazón humano / se vuelva mejor con las preocupaciones»: la desgracia, en algunos casos purifica el alma, pero es como el veneno, que puede alejar algunos males.
Diecisiete cantos báquicos son «en loor del vino y de la felicidad terrenal». Los «Cantos y máximas de sabiduría» están en cambio inspirados por una sabiduría terrenal y hedonística: «Amo a los que aman / y aborrezco a quienes me aborrecen…»; la moderación es también sabiduría. Para Bodenstedt, el encanto de la poesía está en «ser completamente sincero y adoptar maneras naturales»; porque quien exagera no penetra nunca verdaderamente el espíritu de las cosas sublimes. Una «Miscelánea» está dedicada a Tiflis, rica en bellezas, en rosas, vino y muchachas, y en Mirza Schaffy, su poeta; y son también las muchachas en Tiflis las que afirman la vida, salvándola del «remolino circular que impulsaría a la locura si no recibiese luz y cordura del amor». En «Mirza Jussuf» estalla toda su compasión por el crítico que se pavonea de las plumas poéticas ajenas: «rayos sin estrellas, cáscaras sin almendra, bolsillos sin dinero, botellas sin vino». Pero el paréntesis es breve y en «Hafisa» vuelve a cantarse el amor. El poeta no se dirigirá para aclarar sus dudas oscuras a los Misioneros de Occidente, que van a predicar pías leyendas, sino a su hermosa misionera. En «Fe y vida» — once meditaciones a su modo místicas — el autor encuentra que «quien es feliz es también bueno: quien hace el mal en la tierra lleva el castigo consigo mismo». Siguen cuarenta y dos «Poesías y máximas varias». Cierra el Cancionero el «Adiós a Tiflis», seguido de un «Epílogo», donde el autor llega a la conclusión que «el destino del jardinero es cultivar las flores y arrancar la hierba mala: y el destino del poeta es apartar los pensamientos, barrer las penas, dulcificar los dolores». El Cancionero de Mirza Schaffy debió de cumplir esta función a juzgar por el hecho que tuvo más de 300 ediciones y traducciones en diversos idiomas. Naturalmente, tampoco han faltado las burlas — cfr. entre otras Arno Holtz en el Libro del tiempo (v.) y siguió toda una serie de parodias sobre Mirza Schaffy en el Parlamento, Mirza de uniforme, Mirza Schaffy pintor secesionista, etcétera. Pero erróneamente. Son poesías que no han hecho nunca daño a nadie y algunas de ellas, en sus modestos límites y con su melodía cantable, son incluso bonitas. Trad. ital. G. Rossi (Milán, 1884), C. Sapienza y D. Ciampoli (Lanciano, 1914).
G. Pioli