Escrito conmemorativo de Richard Wagner (1813-1883), publicado en Lucerna en 1870 y leído con ocasión del centenario del nacimiento de Beethoven (1870). Remitiéndose a la filosofía de Schopenhauer sobre la esencia de la música y profundizando y especificando sus significados con geniales intuiciones acerca del carácter de la música prebeethoveniana y beethoveniana, Wagner quiere llegar a la glorificación y definición del Maestro como «genio musical alemán». Más que un análisis de las obras y una coordinada valoración crítica y exclusiva acerca del arte beethoveniano, el libre, con digresiones y referencias a numerosos temas incluso de naturaleza no precisamente artística, es todo un fermentar de problemas y una lucha contra los prejuicios estéticos, las ideas de moda, las frivolidades del arte corriente, el periodismo, el gusto francés, todavía dominante sobre el espíritu alemán, y, al mismo tiempo, una apasionada invitación a considerar en Beethoven el verdadero reformador (no revolucionario, dice Wagner, porque el pueblo alemán no lo es nunca), y liberador de las formas musicales del pasado, de las modas; el, en suma, revelador de la sublime esencia de la música.
La gran victoria que aquel año los ejércitos alemanes habían obtenido sobre los franceses, le parece a Wagner la magnífica demostración de la madurez de su pueblo para actuar con completa independencia espiritual, respecto a esa Francia que Beethoven en cierto sentido había ya derrotado y superado, instaurando una obra de regeneración, además de nacional, universal. Son poquísimas las composiciones de Beethoven que Wagner analiza y sintetiza en el curso de sus argumentaciones. Por ejemplo, algunos pasajes de las Sinfonías (v.) son para Wagner la expresión más evidente de la esencia humana serena, inocente y optimista de Beethoven; son zonas aquéllas, a las que se debe aplicar no ya la concepción estética de lo «bello» sino la de lo «sublime»; el Coriolano (v.) demostraría la analogía entre Shakespeare y Beethoven, pero también la superioridad de este último; volviéndose, en la Sinfonía núm. 9 (v.), hacia la música vocal, Beethoven realizó con ese «acto», independiente del valor intrínseco de la obra, la forma de arte más completa, el «drama más perfecto». El Beethoven wagneriano es, pues, interesante, no sólo por la profundidad y la originalidad con que es considerado el arte de Beethoven, sino también y quizás más todavía, porque Wagner halla manera de remachar y ampliar los conceptos de su estética (v. ópera y Drama, y Obra de arte del porvenir), hasta el punto de dar la impresión, en definitiva, de interpretar a Beethoven casi como un altísimo precursor y preparador de esa forma de arte, perfecta y alemana, que sería su «Wort-ton-drama».
G. Graziosi