[Balladen], Título genérico de un gran número de composiciones líricas para canto y piano de Johann Gottfried Loewe (1796-1869) aparecidas sucesivamente, durante la vida del autor, en diversas compilaciones. La edición completa consta de 16 volúmenes (1899). La actividad de Loewe en este campo se suele dividir en cuatro períodos: el primero desde 1818 a 1827, que comprende las tres baladas siguientes: «Edward», «El rey de los elfos» [«Erlkónig»], «La hija de la posadera» [«Der Wirtin Tochterlein»], publicadas en 1824 como op. 1, luego «Enrique el Pajarero» [«Heinrich der Vogler»], «Tom el versificador» [«Tom der Reimer»], etc.; predomina aquí la influencia nórdica; el segundo de 1830 a 1840, con 14 baladas sobre un tema de Goethe, una serie de baladas polacas sobre temas de Mickiewicz, los ciclos «Esther», «El montañés» [«Der Bergmann»] y una serie de leyendas entre las cuales encontramos «Gregorio en la peña» [«Gregor auf dem Stein»]; el tercero, de 1843 a 1847, con «Príncipe Eugenio», «La muerte y su consorte» [«Tod und Todin».], etc.; y el cuarto y último de 1850 a 1869, cuya balada más famosa es «Archibald Douglas».
Loewe, es considerado por los musicólogos alemanes como el creador de la moderna balada para canto, entendiendo esta forma como una serie de estrofas melódicas más o menos variadas según las exigencias del texto, perteneciente casi siempre al repertorio de la balada romántica alemana. Pero esta opinión histórico-crítica, como todas las del mismo género, difícilmente puede sustentarse con rigor desde el momento en que en el mismo campo de las arias y romanzas vocales de «camera», la forma estrófica tiene su origen por lo menos dos siglos antes que Loewe; y que incluso limitándonos al campo del «Lied» alemán y al tipo de lírica entre lo popular y lo fantástico, en cuyo molde es corriente colocar el género poético musical de la balada, y sin remontarnos a antecesores más o menos notables, los más espléndidos ejemplos nos fueron legados por Schubert en innumerables «Lieder», donde encontramos todos los matices posibles e imaginables de la forma estrófica o de variación. Por lo demás, el esquema de la balada de Loewe también es variable, como reconocen los mismos críticos qué le atribuyen la paternidad de esta forma: a veces presenta una sucesión de estrofas musicalmente idénticas o casi idénticas, otras en cambio, las estrofas presentan más variación, y es corriente al final de la pieza, el retorno a la estrofa inicial después de un trozo generalmente más agitado, lo que se ajusta al conocido esquema melódico ABA. Desde el punto de vista artístico, incluso ateniéndonos, para enjuiciar, a las baladas más célebres, se puede reconocer a Loewe un talento de compositor fácil y melódico, pero nada más.
Por esto, las poesías más felices son, a nuestro juicio, aquéllas en que la inspiración se mantiene dentro de límites más modestos, es decir, de carácter simple, entre familiar y popular, como por ejemplo, «El Reloj» [«Die Uhr»], «La madre junto a la cuna» [«Die Mutter an der Wiege»], «Nadie lo ha visto» [«Niemand hat’s gesehen»], etc. En cambio, donde el tono se hace más dramático y oscuro, como en el «Peregrino ante Yuste» [«Der Pilgrim vor St. Just»] o en «El monje en Pisa» [«Der Mónch zu Pisa»], la influencia de las obras maestras de Schubert es demasiado patente y Loewe hace el papel de un mediocre epígono. Tal es especialmente, el caso de «Erlkónig»; es, en verdad, extraño, que alguien haya podido hacer hincapié en la identidad tonal que presenta la lírica de Loewe y la de Schubert, en esta obra inspirada en el mismo célebre texto de Goethe, cuando en el contenido la comparación es insostenible. El ímpetu religioso que, al parecer, respiran algunas de sus líricas, como «Espíritu Santo», no es, mirándolo bien, más que énfasis sentimental decorosamente presentado.
F. Fano