Athenaeum, Friedrich von Schlegel

Revista proyectada por Friedrich von Schlegel (1772-1829) des­de 1797 con diversos títulos y publicada fi­nalmente en Berlín en 1798 en colabora­ción con su hermano August Wilhelm (1767- 1845) y con su cuñada Carolina (v. Acerca de Diotima). Fue reimpresa en 1924. Schle­gel la ideó, cuando terminada su colabora­ción en las Horen (v.) de Schiller, rompió su trato con éste, y se puso definitivamen­te en el camino de la «revolución románti­ca». Este es en efecto el programa de la re­vista, impreso en la primera página del pri­mer fascículo: «Unidos en fidelísima liga, aspiramos a concentrar en una todas las rayas de la cultura y a separar bien lo malsano de lo sano». A la «liga fidelísima» pertenecieron desde el comienzo, además de los Schlegel, Novalis, Schleiermacher, Sophie Bernhardi, hermana de Tieck, con su marido August Ferdinand, A. L. von Halsen y más tarde después de su nombra­miento para profesor en Jena, Schelling, todos inflamados por el mismo fervor de fe en las nuevas ideas. Cada uno debía apor­tar su propia contribución y el pensamien­to del uno era la chispa que suscitaba tam­bién en los otros nuevas intuiciones, en continuo fluir, de manera que ellos mismos hablaban de un «sympoetisieren, symphilosophieren», y, en efecto, es a menudo difí­cil — y aun a veces imposible— distinguir la parte que pertenece a cada uno en tal o cual de los textos publicados. Dominados por el sentimiento de la unidad de la vida del espíritu, crearon dentro de sí una «rea­lidad superior» dentro de lo cual la poesía y la filosofía, la religión y el amor y aun la misma ciencia, todo se mostró como re­velación de una única «embriaguez de in­finito».

Y todos los valores tradicionales fueron derribados, de manera que, no so­lamente los «filisteos de la literatura», el La Fontaine de las extensas novelas de aventuras, Kotzebue con su teatro plano y burgués, y el racionalista Nikolai y sus fríos imitadores, tuvieron la suerte que se merecían, sino que realmente surgieron una nueva estética, una nueva ética y una nue­va interpretación de la vida religiosa. Y no sólo fue dada una nueva valoración de los contemporáneos — la Historia del señor William Lovell (v.) de Tieck es exaltada y Jean Paul enérgicamente defendido —sino que fueron descubiertos nuevos mundos cul­turales: fueron exaltados Dante y Cervan­tes, Camoes, Petrarca, Boccaccio, etc. La evasión nostálgica hacia nuevos paisajes con August Wilhelm von Schlegel se con­vierte en histórico-temporal, no se detiene en la observación superficial del país, sino que penetra en su alma por medio de los grandes genios. El Diálogo sobre la poe­sía (v.) y el Ensayo sobre el Wilhelm Meister por F. Schlegel, el Diálogo de los cua­dros (v.) de A. W. y Caroline Schlegel, los Fragmentos y las Ideas, en que colaboraron Friedrich y Wilhelm Schlegel y Schleier­macher los Himnos a la noche y los Granos de polen (Blütenstaub) de Novalis, muchos entre los textos esenciales del primer ro­manticismo alemán, aparecieron por prime­ra vez en esta revista. Es importante el «Fragmento 116» que transfiere los caracte­res que Fichte refería a la poesía, al hom­bre, o sea que hace de la poesía una cosa progresiva, universal, en continuo devenir, que tiende a algo accesible, Ideal, libre e infinito. El poeta romántico, según Schlegel, permanece suspenso en la intuición intelec­tual entre su creación y su acto creador, y puede así juzgar de una y de otro, de don­de la «ironía romántica» que es el punto límite entre finito e infinito en una espe­cie de autodelimitación. El «Witz», o chiste, o juego de ingenio se eleva aquí a forma poética.

La poesía romántica es también re­presentada por Schlegel y Novalis, como «poesía trascendental» que «une los mate­riales y las tentativas preparatorias de una teoría poética… con la reflexión artística», o sea, como dice Walzel que debe representarse también a sí misma y ser al mismo tiempo poesía y «poesía de la poesía» (cfr. Fragmento 228). Ya Schiller y Goethe ha­bían separado la obra de arte de la reali­dad y ahora Schlegel lleva esta concepción a sus extremas consecuencias y pone por modelo a Dante, Shakespeare y Goethe a los que proclama la tríada de la poesía mo­derna. En tanto, a la sombra de Goethe, el ídolo a quien nadie osa atacar, hacen su entrada triunfal en el mundo literario todos los jóvenes de vanguardia. Pero llegó un momento en que el público protestó con­tra el hermetismo y la audacia de los Frag­mentos de Friedrich que adquirían un tono cada vez más insolente, hasta que, como todas las ideas demasiado atrevidas, el Athenaeum, después de dos únicos años de vida, murió. Pero si la «symphonia» se deshizo, no se secó su semilla ; cada uno de los colaboradores partió de allí hacia el gran mundo romántico para hacer su pro­pio trabajo glorioso y todos alcanzaron más o menos la meta.

G. Federici Ajroldi