Atala o Los Amores de dos Salvajes en el Desierto, François-René de Chateaubriand

[Atala, ou Les amours de deux sauvages dans le désert]. Relato de François-René de Chateaubriand (1768-1848), pu­blicado en 1801. El autor, desde su juven­tud, concibió la idea de pintar las costum­bres de los salvajes en relación con algún célebre acontecimiento histórico. La ma­tanza (sucedida en Luisiana, por obra de los franceses, en 1727) de la tribu rebelde de los Natchez, le pareció ofrecer un buen asunto. Y a la vuelta de su conocidísimo viaje a América, debía realizar lo mejor de su sueño juvenil con esta Atala que no era más que un episodio del libro sobre los Natchez (v.), al igual que el René (v.). De los dos relatos, añadidos como ejemplo al Genio del cristianismo (v.), Atala fue se­parado de la vasta obra antes de la impre­sión. Pero no sólo para confirmar la teoría de las bellezas del cristianismo, especial­mente en la parte relativa a la poética de la religión, tuvo origen esta «anécdota» es­crita «en los desiertos y bajo las cabañas de los salvajes»; en ella se manifiestan el gran amor a la naturaleza y la riqueza sen­timental que habían de hacer célebre al escritor dentro del movimiento romántico. Un viejo indio, Chactas, a orillas del Mississippi narra su juventud a René (v.), joven francés, que se ha desterrado a las selvas de la colonia tras una vida dolorosa. Chac­tas había sido hecho prisionero y condena­do a muerte.

Una muchacha cristiana, Ata­la (v.), le ama y le ayuda a evadirse; tras un largo vagar por la selva son recogidos por un misionero, el padre Aubry. El indio está dispuesto a convertirse, también para poderse casar con su salvadora, pero la muchacha ha prometido a su madre mori­bunda que entraría en religión. En el con­flicto entre el voto, la imposibilidad moral de no guardarle fe y la nueva pasión que la agita, se envenena. El destrozado aman­te la entierra con ayuda del misionero. En la atmósfera literaria renovada por el es­píritu rousseauniano hacia el mundo de la naturaleza, la obra fundió el estudio de las turbaciones amorosas con la descripción de un mundo maravilloso e infinito, y el valor psicológico del relato se inserta en una  amplia representación de la naturaleza y de sus esplendores. La misma trama permitía de tarde en tarde la inclusión de fragmen­tos descriptivos, casi independientes, antológicamente. Chateaubriand, dispuesto a captar los sentimientos y las turbaciones más sutiles, se sirve magistralmente de mu­chas partes de la obrita para confesar, como en un diario íntimo, las angustias y los es­tremecimientos de su alma. Por esto parece que Atala está dividido en muchos poemas breves evocativos, ligados al relato, cual si fueran cantos de rapsodas. Además del «Prólogo» y del «Epílogo» hay varias partes que toman denominación propia: «Los ca­zadores», «Los aldeanos», «El drama», «Los funerales». En este continuo tema evocativo el idilio de los dos jóvenes parece insu­flado por una aguda visión de la naturaleza y de las pasiones humanas: merecía cierta­mente su éxito en la literatura romántica, que con ésta y las demás obras de Cha­teaubriand recibió un impulso decisivo, y con justa complacencia el autor lo recor­dó en sus Memorias de ultratumba (v.). [La primera trad. castellana es de S. Robinson (París, 1801). La segunda es de P. G. R. (Valencia, 1803)].

C. Cordié

[Chateaubriand] fue el padre del «dan­dismo», el «gran gentilhombre de la deca­dencia». (Baudelaire)

Sin duda alguna, Chateaubriand, en cuan­to artista, tiene todo lo que le falta a Byron, pero si no lo tuviese, si no fuese un artista tal, no sería nada. (Du Bos)