Armancia, Stendhal

[Armance]. Título de la pri­mera novela de Stendhal (Henri Beyle, 1783-1842), publicada en 1827. El asunto se desarrolla en la alta sociedad de la Restau­ración en París, durante el reinado de Luis XVIII. Octave de Malivert, joven de veinte años, apenas salido del Politécnico, se distingue por el vivo ingenio y la noble gracia de su persona, como asimismo por un carácter extraordinariamente cerrado y lunático que de tarde en tarde surge con accesos de loco furor. Sólo siente sincera amistad por una prima de su misma edad, Armance de Zohiloff, bella jovencita no­ble y pobre, de carácter leal y atrevido, que conoce en casa de una tía, Mme. de Bonnivet. Un cruel equívoco interrumpe esta tierna amistad: Octave, cuya familia se había arruinado con la emigración, re­cibe del gobierno del rey una indemniza­ción de dos millones; Armance, que le ama en secreto, cree observar un cambio en su actitud, tras la inesperada fortuna, y mien­tras hace de ello motivo para despreciar el carácter del primo, se jura guardar secreto dicho amor, para no parecer una vulgar aprovechadora a los ojos de todos. Octave, dolorosamente herido por dicha frialdad, se encuentra envuelto a pesar suyo en una serie de éxitos mundanos y sólo muy tarde conseguirá disipar el error. En realidad también ama a su prima, pero engañándose y habiendo hecho juramento solemne de no ceder en toda su vida al amor bajo pena de juzgarse el hombre más despreciable, está persuadido de sufrir sólo por la «amis­tad». Tras numerosas y novelescas compli­caciones (Armance en cierto momento está persuadida de que Octave ama a la bellísi­ma Madame Aumale, mientras el joven por su parte cree que Armance está destinada a casarse con otro), la finura y la energía de la madre de Octave deshacen el equí­voco y consigue conducir ambos jóvenes al matrimonio. Octave, tras lacerantes lu­chas internas, ha faltado, pues, a su jura­mento. Pero muy pronto, en los primeros días de felicidad tumultuosa, una odiosa intriga de un rival le convence de que Armance se ha casado sacrificándose, por intereses y por compasión hacia él. En­tonces pone en acción un antiguo proyecto y marcha, sin más, a combatir por la li­bertad de Grecia, decidido a no volver vivo.

Y en efecto, muere de debilidad y de con­goja al pisar tierra. El carácter de Octave (que es el verdadero héroe del relato, pese al título), hubiese continuado siendo un enigma psicológico si el mismo Stendhal, en una carta al amigo y discípulo Mérimée no nos hubiese dado la clave, revelando las razones de sus dramáticos escrúpulos y su desconfianza en el amor: Octave es sexualmente impotente. El libro es juzgado diversamente aún hoy día, persistiendo du­das sobre su consistencia artística, frente a la exaltación de muchos stendhalianos apa­sionados que quisieran enaltecerlo casi al nivel de las obras maestras. En realidad la novela, completamente basada en el estu­dio de la posible disociación del amor y el placer, está animada por el encanto de una acertada psicología digna del mejor Stendhal; pero la curiosa obstinación del autor en no revelar la original premisa introduce algo gratuito en el juego de las pasiones, pese a la extraordinaria finura de análisis. A pesar de todo, es obra ge­nial y cautivante por su originalidad, ini­ciando ya los temas más personales que se reafirmarán en Rojo y negro (v.) y en La Cartuja de Parma (v.): desde el análisis despiadadamente analítico y mordaz de la sociedad de la Restauración, hasta el juego sutil de amor, al principio inconsciente y que se revela ya invencible, donde puede decirse que Stendhal aplicó por primera vez en lo vivo las teorías y los principios de su ensayo Del Amor (v.), y hasta el primer boceto de aquellos extraordinarios caracteres de adolescentes que serán más adelante Julián Sorel (v.) y Fabricio del Dongo (v.) [Trad. de J. Rubio (Madrid, 1933) y de F. Susanna (Barcelona, 1942)].

M. Bonfantini

Esta novela, enigmática en el conjunto y sin verdad en sus partes, no anunciaba ninguna inventiva, ni genialidad. (Sainte-Beuve)

Hay que convenir en que el libro es des­concertante. La intriga no se desarrolla sólo entre los personajes, sino sobre todo entre el autor y el lector, y casi diría que se burla del lector. (A. Gide)