[Arlequinades]. Así son llamadas algunas de las más briosas composiciones del teatro de Jean-Pierre Claris de Florian (1755-1794), recopiladas en tres volúmenes en 1784. Los temas tradicionales de las comedias de máscaras personificados en la figura de Arlequín (v.) son tratados aquí con sonriente alegría: el personaje de la antigua Commedia dell’Arte italiana revive de un modo que revela nuevos tiempos. Si al principio Arlequín era más que nada un pobretón apaleado y burlado, ahora ha adquirido viveza y agilidad, es un hombre entre los demás hombres, padre de familia y preocupado por las cuestiones que preocupan a los demás espíritus. Es un Arlequín típicamente del Setecientos, y aun conservando el carácter cómico es «sencillo sin ser estúpido e ingenuo sin caer en tonto». Comprende que hay algo nuevo en la sociedad, no basta con el juego ameno, pues siempre acaba recibiendo los golpes; una nueva voz palpita en su pecho por la humanidad que nos une a todos en la vida de cada día, y sabe también llorar, sin esfuerzo, por los variados sucesos de su vida.
Este tono sentimental, que atestigua las actitudes idílicas y pastoriles del autor aun con una materia de motivos tan distintos como es la comedia de máscaras, es la característica de las composiciones escénicas donde el autor consigue una agilidad y un garbo que le hicieron popular durante mucho tiempo. Entre las Arlequinadas más notables están Los dos billetes [Les deux billets], La buena madre [La bonne mere] y, sobre todo, El buen hogar [Le bon ménage]; en esta última Arlequín es incluso apasionado y tierno, como un honrado padre de familia. El tono bonachón que transforma al tradicional personaje se debe sobre todo a la influencia que Rousseau y Gessner ejercieron en Florian; pero también está claro que, con la tendencia a la intriga sentimental y al idilio bucólico, el autor perdió aquellas virtudes cómicas que daban el mayor interés a las aventuras de Arlequín, siempre en conflicto entre un amo insoportable y un amor desgraciado.
C. Cordié