Antonio y Cleopatra, William Shakespeare

[Antony and Cleopatra]. Tragedia en cinco actos en ver­so y prosa de William Shakespeare (1564- 1616), escrita probablemente alrededor de 1606-1607, estrenada seguramente en 1607 y publicada en el infolio de 1623. La fuente es, sin duda, la Vida de Marco Antonio de Plutarco (v. Vidas paralelas), en la versión de North. Sin duda Shakespeare empleó también La historia romana (v.) de Apiano y pudo consultar otras obras inglesas sobre dicho tema. El drama presenta a Antonio (v.) en Alejandría, esclavo de la belleza, ya madura, de Cleopatra (v.). Reclamado por la muerte de su mujer Fulvia y por los sucesos políticos, Antonio se arranca del lado de Cleopatra y vuelve a Roma, donde se pone fin al antagonismo entre él y Octavio César (Octavius Caesar), con su matrimonio con la hermana de César, Oc­tavia, suceso que provoca los celos de Cleopatra. Pero esta unión no dura y An­tonio abandona a Octavia, y vuelve a Egipto, donde la cadena de la voluptuosi­dad vuelve a ligarle. Se asiste a su des­composición espiritual, sólo interrumpida de tarde en tarde por impulsos generosos que recuerdan al guerrero de otros tiem­pos, como cuando con su generosidad con­funde de vergüenza a Enorbarbo que le había abandonado y que ahora se mata despreciándose a sí mismo. Después de la batalla de Actium, Antonio es perseguido hasta Alejandría por César y allí, tras un efímero éxito, sufre la derrota final. Ante la falsa noticia de la muerte de Cleopatra, primero pide a su secuaz Eros que le mate, pero Eros no acepta y se mata en lugar de atravesar a Antonio, y éste, siguiendo su ejemplo, se deja caer sobre la espada. Lle­vado al mausoleo donde se ha refugiado Cleopatra, expira en sus brazos.

Cleopatra, para evitar la vergüenza de figurar en el triunfo de César, decide truncar su vida con la mordedura de un áspid; con ella se matan Carmiana (Charmian) y las de­más doncellas. Antonio y Cleopatra es la tragedia del hombre de acción cuya volun­tad languidece y se debilita en las espira­les de una lujuria que advierte, indigna, pero irresistible. Y nunca una tragedia si­milar ha sido conseguida con tintas tan fastuosas y encantadoras. Gran parte de la fascinación proviene del carácter de Cleo­patra, representado por el poeta en toda su movilidad y facetas de seductora; verda­deramente moderno y capaz de imprimir un ritmo vivo, rápido, caprichoso, a ciertos diálogos, de sabor fresquísimo, en compa­ración con las retahilas pedantes de las reinas del teatro áulico del siglo XVI. Pero la atmósfera de lujo barroco, y la alegría de colores iridiscentes y de imá­genes exuberantes, difundida por todo el drama, hace de él algo aparte en la pro­ducción shakespeariana, y por otra parte la rapidez y la extrañeza de las muertes, la vehemencia de algunas imágenes crueles (como, por ejemplo, cuando Cleopatra se ve ya mostrada a la ululante plebe romana y grita: «Ponedme antes desnuda en el fango del Nilo y dejad que las moscas del río cubriéndome de gusanos hagan de mí al­go inmundo»), la insistencia sobre el tema de la serpiente (Antonio dice de Cleopatra, acariciándola: «¿Dónde está mi serpiente del viejo Nilo?», y la mujer parecida a una serpiente en sus lisonjas y engaños, se mata con un áspid), dan al drama un gusto de encantadora y perversa perdición que parece ya casi romántico. Todo el Oriente enjoyado y siniestro que atraerá a un Gautier y a un Flaubert, está ya más que insinuado en la obra de Shakespeare.

Véase la descripción de Cleopatra sobre el río Cidno (II, 2, 196 y sig.): «La barca en la que estaba sentada, parecida a un trono bruñido, resplandecía sobre el agua: la popa era de oro batido, las velas de púrpura y tan perfumadas que los vientos langui­decían de amor por ellas: los remos eran de plata y se movían acompasadamente al sonido de las flautas, obligando al agua que golpeaban a seguirlos más rápida como si estuviese enamorada de sus golpes. En cuanto a su persona, hacía miserable toda descripción; yacía bajo su tienda de paño de oro tejido, ofuscando a aquella Venus en quien vemos a la imaginación superar a la naturaleza; a ambos lados tenía gra­ciosos niños mofletudos, como sonrientes amorcillos, con flabelos multicolores con los que el viento parecía inflamar las de­licadas mejillas que refrescaban… De la barca se expandía un perfume extraño y sutil…». Y he aquí la enorme imagen he­roica de Antonio evocada por Cleopatra (V, 2, 82 y sig.): «Sus piernas estaban a horcajadas del océano; su brazo levantado era la cimera del mundo; su voz era armo­niosa como todas las esferas entonadas, para los amigos, pero cuando quería sub­yugar y sacudir al mundo era similar al trueno zumbador. En cuanto a su generosi­dad, más que un invierno era un otoño cuya fecundidad aumentaba con las cosechas, sus alegrías eran como delfines que mues­tran la espalda por sobre el elemento en que viven; en su uniforme corrían coronas y cetros reales y los reinos y las islas eran como piastras de plata caídas de su bol­sillo». Así ve Antonio a su amante y a él mismo descender al reino de las sombras (IV, 14, 51): «Allí donde las almas perma­necen yaciendo sobre flores, andaremos unidos por las manos y con nuestro aspecto haremos que los espíritus nos contemplen asombrados».

Pero no sólo la atmósfera de fastuosa y letal voluptuosidad de Antonio y Cleopatra fue recogida por los románti­cos; en algunas escenas de interrogatorio y de misteriosos resentimientos (IV, 3) se encuentra ya un modelo de la atmósfera de ansiedad evocada en tantos dramas de Maurice Maeterlinck. El drama de Shakes­peare fue refundido enteramente por John Dryden (1631-1700) en Todo por el amor (v.). La historia de Antonio y Cleopatra ha inspirado también a los pintores; G. B. Tiépolo le dedicó los grandiosos frescos del Palacio Labia en Venecia, que, aun no de­biendo nada a Shakespeare, respiran el mismo clima voluptuoso y heroico de su tragedia o, aun mejor, de la espléndida re­fundición que de ella nos dio Dryden. [Tra­ducción española en verso de Eugenio Sellés (Madrid, 1898) y de Guillermo Macpherson, en Obras dramáticas, tomo V (Ma­drid, 1914); versión en prosa, de Luis Astrana Marín, en las Obras completas (Ma­drid, 1933)].

M. Praz

Los tiempos primitivos son líricos, los tiempos antiguos épicos, los tiempos moder­nos dramáticos. Esta triple poesía surge de tres grandes fuentes: la Biblia, Homero, Shakespeare. (Víctor Hugo)

En Antonio y Cleopatra percibimos el alma que, llegada a los límites del mundo creado, se sume más allá en las tinieblas, desciende más abajo en los tormentos, y se eleva más alta en la alegría, de lo que nos es dado concebir. (F. Gundolf)

*     André Gide (n. 1869) escribió un dra­ma titulado Antonio y Cleopatra (1920).

*      Obras musicales del mismo título y argumento: Antonio y Cleopatra (Antonius und Kleopatra), de Friedrich Ernst Sayn Wittgenstein (1837-1915), representada con éxito en Praga en 1889, y Antonio y Cleo­patra de Giovanni Francesco Malipiero (n. 1882), estrenada en Florencia en 1939. Florent Schmitt (n. 1870) escribió prelu­dios e intermedios para el drama de Gide que con esta música fue representado en París en 1920. Henri Rabaud (n. 1873) compuso música escénica para la tragedia de Shakespeare; algunas «ouvertures», para la tragedia de Shakespeare, compusieron Antón Rubinstein (1829 – 1894); Ludwig Norman (1831-1885); Vincent d’Indy (1851- 1931) y Ethel Smyth (n. 1858) (v. también Cleopatra).