[Antonius]. Diálogo latino de Giovano (Giovanni) Pontano (1426-1503), escrito entre 1471 y 1475 y publicado en 1491. Es una vivaz representación de la vida literaria y popular de la Nápoles del siglo XV. La escena se desarrolla en el «porticus antoniano» y se abre con las alabanzas del Panormita, muerto recientemente, a quien el diálogo va idealmente dedicado, y cuyo nombre da título al diálogo. Después un pregonero lee un edicto que desafía a cuantos crean conocer el griego, porque no importunen a Pontano que lo ha aprendido en Nápoles. Un viejo socarrón da una serenata debajo de las ventanas de su amada. Pasa una mujer hecha una furia: es Euforbia, más temible que la peste, y capaz de tener despierto a todo Nápoles, y con tal voz que si el Papa la colocase sobre los Alpes, podría llamar a toda Europa. Llegan otros amigos, y el diálogo adquiere un tono literario. Andrés Contrario habla de la oratoria sosteniendo la opinión de Cicerón contra la de Quintiliano; Eligió Calencio, muestra el escaso sentido artístico de los que opinan que las descripciones del Etna hechas por Píndaro y Claudiano son superiores a la de Virgilio. La llegada de Supacio pone fin al intermedio filológico.
Cuenta un viaje suyo por Italia, en busca del hombre sabio. Pero ¡que desilusión! Por todas partes soberbia, corrupción, ignorancia, superstición. Tampoco en Francia ni en España van las cosas mejor. «Pero el Pontano está enfermo, vamos a visitarlo». Van, y delante de su casa hallan a su hijito Lucio. «¿Dónde está papá?». «Está peleándose con mamá», responde el pequeño. Mientras esperan que se acabe la disputa, se presenta un poeta, una especie de rapsoda que, después de hacerse rogar, recita unas pequeñas odas suyas. Poco después, aparece una tropa de gente enmascarada; son cantores callejeros que, una vez levantado el tablado, cantan un episodio de la guerra de España entre Pompeyo y Sertorio. Las discusiones y los problemas se alternan así con las escenas de costumbres, todo lo cual hace pensar en el Wilhelm Meister (v.) y no sólo se representan costumbres de Nápoles sino también de otras ciudades de Italia, tomadas en un momento característico de sus maneras de vivir; y aquella representación da paso a la sátira, la acritud sucede al regocijo. Aparece la ciudad de Prato, supersticiosa, que adora el círculo de la Virgen María; se ve a Roma, llena de glotones medianeros, usureros, mujeres de mal vivir; se presenta a Gaeta, con su hechicera que se lamenta de la competencia que le hacen los religiosos; por todas partes la mala casta de los gramáticos y los pedantes. Cuentecillos y anécdotas boccaccescas se despliegan, avivándolo, en el relato del viaje de Supacio a través de Italia; y dan tono y colorido a la sátira. A pesar de ser tan variado el diálogo, queda por debajo de los demás de Pontano; perjudica al Antonio la misma amplitud de su trama; sus partes no tienen la debida conexión unas con otras, y todo ello produce una impresión general de lentitud y de pesadez.
N. Onorato