Obra filosófica del médico español Gómez Pereira — Gómez es nombre, no apellido— (1500?-después de 1558.). La primera edición lleva en la portada la fecha de 1554, pero no acabó de imprimirse hasta el 20 de marzo de 1555 en la tipografía de Guillermo de Millis en Medina del Campo. El título le fue puesto, según explicación de su autor, por llamarse Antonio su padre y Margarita su madre. No es un tratado sistemático de física, ni de medicina, ni de teología, sino una obra de controversia, en la que su autor acomete el examen de algunas cuestiones concretas sin desarrollar ningún plan. Adolece de desorden y confusión en su estructura, por no haber división interna en libros o capítulos, lo que hace farragosa la lectura. La única guía es el elenchus o índice de materias que figura a la vuelta de la primera hoja, al que hacen referencia las apostillas marginales al texto. A la luz de la experiencia, que aduce como iónica piedra de toque del conocimiento, sin respetar ninguna autoridad, salvo en materias de fe, en las que admite la de la Iglesia, censura y rechaza algunas doctrinas comúnmente aceptadas a la sazón en filosofía y en medicina. He aquí las principales:
1) El alma sensitiva de los brutos. Gómez Pereira reconoce a las bestias un principio vital semejante al de las plantas, material y compuesto y, desde luego, perecedero; pero rehúsa otorgarles un alma sensitiva, capaz de conocimiento, a petición y movimiento espontáneo. Si los animales poseyesen un alma de esta índole — arguye—, acabarían por adquirir el conocimiento intelectual y por juzgar y razonar como los hombres, y su alma sería inmortal como la humana. Al parecer Gómez Pereira, adelantándose a los sensualistas modernos, establece entre el conocimiento sensible y el intelectual una mera diferencia de grado; de esta tesis toma su fuerza el argumento aducido. En defecto de un alma sensitiva, el autor se ve obligado a explicar los procesos de la vida animal por causas externas y otras meramente orgánicas, lo que constituye un claro precedente del automatismo propugnado en el siglo siguiente por Descartes.
2) Las especies cognoscitivas. Apelando enérgicamente al testimonio de la experiencia interna, Gómez Pereira rechaza la explicación del conocimiento por las especies a la manera escolástica. La sensación resulta, según él, de la impresión causada por el objeto en el órgano y de la advertencia que el alma presta a la misma; es, por tanto, un conocimiento intuitivo. La intelección parte del conocimiento de los singulares y elabora un nuevo conocimiento abstracto y universal. Tampoco los procesos intelectivos necesitan especie intermediaria.
3) Las facultades del alma. Gómez Pereira combate en términos agustinianos la distinción real que algunos escolásticos suponen entre el alma, sus facultades y sus actos, y desde este punto de vista r interpreta la doctrina aristotélica del entendimiento posible y del entendimiento agente. En orden a la sensibilidad interna, niega el sensorio común y atribuye su actividad peculiar a la esencia misma del alma; nada más la memoria es facultad orgánica.
4) El hilemorfismo. Gómez Pereira substituye esta doctrina aristotélica por un mecanicismo cualitativo que recuerda la física de Empédocles.
5) Esencia y existencia; substancia y accidente. Ateniéndose al principio nominalista de no multiplicar sin necesidad los entes, Gómez Pereira no admite la distinción real entre esencia y existencia, ni entre substancia corpórea y su cantidad. Respecto de esta última dice que, si cabe separar el cuerpo de sus accidentes de color, sabor, olor, etc., la cantidad, por el contrario, no es separable.
6) Pruebas de la inmortalidad del alma. A guisa de apéndice, se insertan en la Antoniana Margarita unas paráfrasis al libro tercero del De ánima de Aristóteles y una defensa de la inmortalidad del alma, las pruebas tradicionales de la cual considera ineficaces. Su demostración se basa, por una parte, en que el alma puede ejercer sus principales operaciones sin el cuerpo, el cual es, a lo sumo, instrumento no indispensable de su ejercicio; y por otra, en que el alma racional es forma que puede dejar un sujeto y pasar a informar otro, porque no es materia ni tiene cantidad; de donde el alma no necesita en su existir ni en su obrar, ni del cuerpo ni del sujeto al que informa, y, por consiguiente, nada se opone a que perdure eternamente.
Finalmente, conviene hacer notar que no pocas de las ideas de Gómez Per eirá, tales como el repudio de la autoridad en filosofía, el automatismo de las bestias, la reducción de la sensación y del pensamiento a modos de la substancia anímica, la identificación de substancia corpórea y cantidad, la demostración de la inmortalidad del alma fundada en su independencia respecto del cuerpo, y otras, constituyen un claro precedente de las sustentadas por Descartes un siglo más tarde. Estas coincidencias han motivado la sospecha, aún sin base documental que la pruebe, de que el filósofo francés pudo haber leído la Antología Margarita, o conocido su contenido.
J. Carreras Artau