Años de Tuna, Jean Paul

[Flegeljahre]. Novela de Jean Paul (Jean Paul Richter, 1763-1825), en cuatro volúmenes, aparecidos los tres primeros en 1804 y el cuarto en 1805. Per­tenece a la mejor y más importante produc­ción del artista, y es sin duda su más ge­nial y rica obra humorística, alejada tanto de la sátira juvenil como de lo grotesco de la edad sucesiva. El joven notario Walt, hijo del alcalde de un lugar alemán, se en­cuentra, al abrirse el testamento del an­ciano señor von Kabel, heredero universal del mismo en perjuicio de los decepciona­dos parientes del difunto. Pero el testamen­to contiene varias cláusulas, a las que Walt debe someterse, antes de adquirir la pose­sión de la herencia. Deberá, entre otras co­sas, vivir una semana en casa de cada uno de los parientes desheredados, ejercer du­rante tres meses su profesión de notario, afinar pianos durante todo un día, revisar doce galeradas de una revista; y los errores que cometa en sus actas notariales y en las pruebas, tanto como las cuerdas que rompa al afinar los pianos, serán señalados por los ojos vigilantes de los parientes deshereda­dos del muerto, porque corresponderán a trozos de terreno y troncos de árboles que Walt deberá cederles. Además, de seducir a una muchacha, perderá una sexta parte del capital; y perderá además una cuarta parte si comete adulterio.

Walt, natural­mente, acepta. Sin embargo, la ejecución de las cláusulas sólo constituye la trama ex­terna de la novela. Su verdadera sustancia radica en la representación — a un tiempo emocionada y humorística, lírica e iróni­ca — de la vida alemana de provincias, re­cogida en torno a las relaciones personales entre Walt y su hermano gemelo Vult, que ha huido de su casa como tocador de flauta y de quien, desde hace tiempo, no se tiene la menor noticia. Éste reaparece inespera­damente, al iniciarse la novela, y tras haberse detenido en la taberna del Cangrejo Blando — donde se entera del testamento —, y haberse dirigido a su pueblo natal, Elterlein —donde, escondido entre las ramas de un manzano próximo a su casa, ve en la habitación iluminada a su padre, a su ma­dre, Verónica, y a Galdine, la hermosa jorobadita judía acogida por la familia, porque Walt solía decir que «era una pequeña joya» —, reemprende el viaje para prote­ger a Walt en el curso de sus experiencias. Walt tiene «alma de poeta, cándida e igno­rante», es el soñador ingenuo y sensitivo, y difícilmente saldría de los peligros de la vida si no le asistiese el «salvaje Vult», que con su experiencia del mundo — aun no habiendo conseguido moderar su sangre — se ha acostumbrado, sin embargo, a consi­derar la realidad con escéptica inteligencia y con mordaz ironía. Durante el viaje, en una taberna de pueblo, se produce el pri­mer encuentro: al ponerse el sol Vult toca la flauta: y los dos hermanos se reconocen y se abrazan. Luego el asunto de la novela empieza a transcurrir.

Y de cerca o de le­jos, la afectuosa y vigilante asistencia de Vult — ya manifiesta, ya oculta — cumple su función preservadora. Pero son natura­lezas que se integran y completan, por lo cual tan pronto se sienten atraídas entre sí como se rechazan de nuevo alejándose. De esto deriva en toda la novela un continuo fluctuar de distintos estados de ánimo, a menudo muy mixtos y compuestos. Basta la admiración de Walt por el hermoso y vacío conde Clotario para que el alma de Vult se suma en los celos más negros; pero estos celos son causa de bienes, porque su epílo­go es, sin duda, la escena más sugestiva y sabrosa, cuando los dos hermanos se recon­cilian junto a la ventana, a la luz de la luna y Walt está temblando de tierna emo­ción y también Vult siente que las lágrimas le asoman a los ojos y, para que no se dé cuenta, se coloca detrás del hermano, le trenza la coleta y le impide que se vuelva haciéndole tener con la boca el extremo de la cinta. Pero la causa de mayor turbación es, naturalmente, una muchacha, Vina, la dulce hija del general polaco Zablockl, a quien quieren ambos hermanos. Disfrazado con la máscara de su hermano, durante un baile, Vult se cerciora de que no es él el preferido por la muchacha, sino Walt. Y entonces decide marchar sin decir nada a nadie. «Vult tomó su flauta y salió, tocan­do, de la habitación, descendió las escale­ras, se alejó de la casa y se dirigió hacia el Correo. Aún desde la calle, Walt escuchó la lejana melodía; no se dio cuenta de que, con aquellos sones, era su hermano quien se alejaba». Así termina la novela; pero ningún resumen puede dar idea de ella, por lo variada que es de colores y tonos, imprevisible y multiforme en su desarrollo. El estilo de Jean Paul consigue, sin duda, la mayor finura de tintas; y la inspiración se manifiesta con la mayor facilidad. El mismo Jean Paul decía de la novela que «en ella todo le era familiar, como una habitación acogedora o un diván cómodo».

G. Gabetti