[Appearance and Reality]. Es la obra maestra del filósofo inglés Herbert Bradley (1846-1924), publicada en 1893, y declarada por Edward Caird «La cosa mayor en Filosofía después de Kant». En ella se defiende un idealismo monista, más bien que absolutista, que en su origen se inspira en Hegel, pero que se aleja de éste por su desarrollo totalmente nuevo. Partiendo de la experiencia, y siguiendo un método originalísimo que a veces recuerda el de los sofistas de la antigua Grecia, y a veces el procedimiento riguroso de la ciencia moderna, Bradley llega al Absoluto, en el que se funden fe y experiencia, totalidad y diversidad, trascendencia e inmanencia. Cierto que no podemos conocer directamente este Absoluto; pero todas nuestras experiencias se refieren a él como a la única entidad capaz de justificar su propia existencia y naturaleza. El libro se divide en dos partes: En la primera, con el título de «Apariencia», Bradley muestra que ninguno de los conceptos de que ordinariamente nos servimos, y ninguna de las distinciones que hacemos o de las teorías a que llegamos, pueden satisfacer a la razón. Todas ellas no son más que un cúmulo de contradicciones, y como es absurdo pensar que la realidad esté sujeta a la contradicción, todas ellas no pueden ser más que apariencias.
Tal crítica se refiere particularmente a la distinción entre cualidad primaria y secundaria, entre substancia y accidente; al concepto de relación y cualidad, de tiempo y espacio, de cambio, de causalidad, de actividad, a las nociones del yo y de las cosas en sí. Con admirable agudeza, sabe Bradley soslayar todas las dificultades, las antítesis y hasta los absurdos a los que tales principios van a parar irremediablemente. Bajo su crítica toda la filosofía del pasado, y la propia realidad de la experiencia, parecen desmenuzarse en un caos de contradicciones. Todas esas distinciones, todos esos conceptos y nociones, concluye Bradley, no tienen ningún valor intrínseco. No son sino compromisos para las exigencias de la vida práctica. En la realidad es absurdo admitir substancias colocadas simplemente la una junto a la otra, cualidades separadas, de las relaciones entre elementos extremos. Cada cosa, es en realidad un factor integrante del Todo, que es la realidad absoluta. Esto es lo que Bradley demuestra en el segundo libro titulado precisamente «Realidad». Sólo el Absoluto es positivo y coherente, armónico y universalmente comprensivo, individual, único y total, a la vez sujeto y objeto del conocer. Su íntima naturaleza es espiritual. Así pues, cuanto más espiritual es una cosa, es tanto más real, y tanto más identificada con el Absoluto. Este se manifiesta a través de los centros finitos (las experiencias personales), que se reúnen en una experiencia única. Justamente al pasar a través de estos centraos finitos, los actos del Absoluto se fragmentan convirtiéndose en relativos, imperfectos y defectuosos.
Entonces corresponden precisamente a las apariencias sujetas al error y al mal, criticado en la primera parte del libro, y que ahora que ya conocemos la naturaleza de ese mal se deben admitir porque tienen también una profunda justificación. Nosotros jamás llegaremos a comprender cómo estas apariencias coexisten y se funden con el Absoluto. Nos basta con saber que no son incompatibles con él, y que el error y el mal existentes en el mundo no declaran nada contra él. Es preciso creer, tanto en la diversidad y en la lucha de las cosas del mundo de la experiencia humana, como en la unidad y en la paz en Dios. En general, el libro tiene más carácter crítico que constructivo. «Este volumen — dice Bradley en el prefacio — trata de ser una discusión crítica de los primeros principios, y tiene como fin estimular la investigación y la duda». Y efectivamente cada página está saturada de un escepticismo tan fino, tan cortante, que Apariencia y realidad puede justamente considerarse como uno de los más brillantes triunfos de la inteligencia humana. Un escepticismo que está al borde del antiguo intelectualismo. “La metafísica consiste en encontrar malas razones para creer por instinto: pero el encontrar estas razones es no menos instintivo». Sin embargo el fondo del libro es místico, es una devota afirmación de la existencia de un Dios que preside inefablemente a todas las conciencias del universo.
A. Dell’Oro