Angélica, Luis Barahona de Soto

Poema caballeresco en doce cantos, de Luis Barahona de Soto (1548- 1595), publicado en 1586. Su título completo es la Primera parte de la Angélica, pero es más conocido con el de Las lágrimas de Angélica. Quiere ser una continuación del Orlando furioso (v.) y narra las aventuras de la bella Angélica (v.) después de su matrimonio con Medoro, sus esfuerzos para huir de la persecución de Orlando (v.), prisiones, encantamientos y la difícil recon­quista del reino de Catay, del que se apo­deró una reina rival. Las aventuras son más extravagantes que fantásticas y el poema carece de la menor unidad, reduciéndose a un frágil tejido de episodios que se enlazan unos con otros sin conseguir nunca un relieve decisivo. Con lo heroico caballe­resco alterna lo fabuloso, sin fundirse, en estilo demasiado espeso, duro y amanerado. De este parecer no fueron los contemporá­neos de Barahona, que elevaron las obras hasta las nubes. «Hubiese llorado — dice el Cura en el sexto capítulo del Quijote (v.) — si hubiese hecho quemar este libro (La Angélica), porque su autor ha sido uno de los grandes poetas, no sólo de España, sino del mundo…» De la segunda parte del poe­ma sólo quedan fragmentos citados en otras obras.

A. R. Ferrarin

*      La hermosura de Angélica de Félix Lope de Veta de Carpio (1562-1635), poema en veinte cantos y en octavas reales, se ins­pira en los mismos personajes. Escrito en el período en que el poeta servía en la Ar­mada Invencible, el poema fue publicado, con algunas adiciones de actualidad, en 1602. También el gran dramaturgo quiere, imi­tando a Ariosto, continuar el Orlando fu­rioso (v.) por lo que se refiere a las aventu­ras de Angélica y Medoro. Pero el poema carece de impulso épico y tiene el desarro­llo de una novela de aventuras. Un rey de Andalucía deja en testamento que su trono ha de ser ocupado por la pareja más her­mosa del mundo y, naturalmente, en los primeros cantos del poema, este honor co­rresponde a los dos hermosísimos esposos. Pero, después del triunfo inicial, Angélica y Medoro son acosados por la suerte y en­vueltos en una serie de aventuras compli­cadas; Angélica, entre otras, es raptada por Cerdaro y Medoro la rescata. En esta parte, que es la más amplia del poema, Lope de Vega, sin ser sostenido por adecuados re­sortes de fantasía, cae en lo extraño y lo vacío. Salvan a la obra de un juicio abso­lutamente negativo la exquisitez de la fac­tura, algunos episodios verdaderamente be­llos y pasajes de valor autobiográfico con rasgos felizmente humoristas. Están añadi­dos al poema, en forma completamente ex­terna y ocasional, 200 sonetos algunos de los cuales figuran entre los más bellos de Lope.

A. R. Ferrarin

*      Angélica en el Catay, se titula una obra dramática en tres actos de Félix Lope de Vega Carpió (1562-1635), procedente de la Parte octava… (1604). Según Menéndez Pe- layo se trata de una de las antiguas obras de Lope de Vega, posterior a Los celos de Rodamonte, de la que repite escenas y si­tuaciones. Es simplemente una dramatización de algunos de los episodios del Or­lando furioso (v.) de Ariosto, especialmen­te, de los referentes a las aventuras de Angélica y Medoro, Cervino e Isabela, Ro­damonte, Mandricardo, Doralice y de otros personajes del poema italiano. El asunto principal de la obra son los amores de Angélica y Medoro y su coronación como reyes del Catay (hecho, éste, que se anun­cia pero no se realiza en el Orlando). Los episodios en que Lope sigue Ariosto ape­nas si han sido alterados, lo que ha per­mitido a Ludwig estudiar las diferencias entre ambas obras. Sólo en algún momento consigue Lope una auténtica interpretación de los temas del Orlando, como por ejem­plo cuando nos cuenta en forma de un bello romance morisco el rapto de Doralice. Lope sintetizó en su obra especialmente los can­tos I, XIV, XIX, XX, XXI, XXIII, XXIV, XXVII, XXIX y XXXIX del poema italia­no. En su conjunto la obra aparece como una sucesión de episodios aislados, sin ila­ción entre ellos, lo que obliga al poeta a una rápida sucesión de escenas y da un as­pecto de irregularidad total al poema dra­mático, de la que se salva sólo el segundo acto.

A. Comas

*      Angélica y Medoro, uno de los más be­llos y famosos romances de Luis de Góngora, fue escrito en 1602, según la fecha del mejor manuscrito. La acción, en 136 versos octosílabos, es muy simple: encuentro de Angélica, reina de Catay, con Medoro, he­rido de muerte, el enamoramiento de am­bos y su felicidad una vez curado Medoro. Este argumento deriva, como es sabido, del Orlando furioso (v.), estrofas 16-37 del canto XIX. Se trata, por tanto, de un tema muy conocido por todos, pero desarrollado con toda la artificiosidad del Barroco, por lo que fue muy admirado por Gracián. Dá­maso Alonso lo ha estudiado primorosa­mente con la intención de demostrar cómo en un romance de 1602, que siempre los críticos había elogiado por su «naturali­dad», abundan sobremanera los artificios más complicados. Halla, por ejemplo, nu­merosas contraposiciones («las venas con poca sangre, / los ojos con mucha noche»), paralelismos («el lunado arco suspende / y el corvo alfange depone»), alusiones y perí­frasis («aquella / vida y muerte de los hombres», para designar a Angélica), me­táforas curiosas y originales («ya es herido el pedernal, / ya despide al primer golpe / centellas de agua»), cultismos sintácticos («plumas les baten veloces»), y conceptos, ingeniosidades y chistes («un mal vivo con dos almas —Medoro— / y una ciega [de amor] con dos soles [por ojos]»). A pesar de todo, y aun quizá por esta misma arti­ficiosidad, el romance es muy bello. Una de las más logradas estilizaciones barrocas de la pasión amorosa, donde la estallante sensualidad y el gozo de la naturaleza que sirve de fondo a esa pasión, son las notas dominantes. Así, por ejemplo, describe a Angélica: «Desnuda el pecho anda ella, / vuela el cabello sin orden; / si le abrocha es con claveles, / con jazmines, si le coge.» Y todo está al servicio de esa pasión: «Cue­vas do el silencio apenas / deja que las sombras moren / profanan con sus abra­zos / a pesar de sus horrores.» Aunque de­riva del Orlando, Góngora ha embellecido con extraordinaria sensualidad y delicadeza (con esa sensualidad tan característica del cordobés), lo que en Ariosto está más cer­cano a un plano realista.

J. M. Blecua

*      Angélica y Medoro se titula un melodrama n verso, en dos actos del escritor madrileño José de Cañizares (1676-1750). Comienza con la Loa nueva “para la fiesta que se ha de representar en el coliseo del Buen Retiro a la entrada de la Serenísima Señora doña Luisa Isabel de Borbón, Princesa de Asturias”. Después de la Loa (cuyos personajes son Europa, América, Asturias, Lucina, Paris, Océano, Júpiter, Diana, El Júbilo Español, Mediterráneo, Venus, Marte, África, Asia, Himeneo, Madrid, Coro de danzarines españoles y Coro de danzarines franceses), sigue el acto primero de “la Ópera escénica deducida de la andante caballería de Angélica y Medoro”. De este acto son personajes Medoro, joven galán; Oriendo, paladín francés; Reinaldos de Montalbán; Marsilio, Rey Africano; Ferragut, general moro; Malandrín, criado de Orlando; el Olvido, Paladines, comparsa de moros, Angélica, dama¸ Agramante, reina mora; Elisa, mágica; Brunesa, criada de Angélica; Parmelina, zagala; damas de Agramante; ninfas; zagalas y zagales y comparsa de franceses. Se trata de una guerra entre africanos y franceses, terminándose con unas treguas. En el acto primero nos enteramos, a la vista de un campamento militar, de que Medoro, moro arrogante, fue a Francia llevado por su mal destino, y en busca de gloria, impulsado por su ambición. También sabemos que Angélica es hija del Gran Can de Catay, y que vino a Francia robada (sin violencia) por Orlando, al que ama. Riñen Orlando y Medoro, y es herido el segundo siendo recogido y amparado por Angélica. Al acto primero sigue un Entremés nuevo, del cual son personajes el Montañés, un Vizcaíno, dos Hombres, dos Mujeres, una Tapada, un Gallego, un Alcalde y una Alcaldesa. Y el acto segundo comienza con un apasionado clamor de Medoro, dirigiéndose a su enamorada: «Dime, oh tú, cisne de cristal parlero». A continuación vienen los celos de Orlando, que ha visto en un árbol un cartel que dice: «Aquí se aman Angélica y Medoro». Irrumpe un aria que súbitamente rasga el ambiente caballeresco amoroso, diciendo: «…chula embustera, / ¿Quieres que yo te quiera, /Apropíncuate ya: / anda acá, / bulliciosa, / a donosa, / anda acá», etc. Angélica propone a su amante la fuga «al Catay, en una nave de la Armada africana», para poder amarse libremente. Sobrevienen las treguas, y se levanta el campamento. Entonces apare­ce el Olvido con una gran copa de agua en la mano, que ofrece a Orlando: «Tu ven­tura es esta». Orlando contesta: «Y bien la manifiesta / ver que con sólo desmin­tiendo el daño / brindar a la salud del desengaño / aplauso cobrarás y brío». El Olvido le incita a beber, y él bebe. Ahora es el momento de la nave que se lleva a Angélica y Medoro, impulsada por los re­meros Cupidos, y que aparece sobre el mar de la escena un extraño acompañamiento de delfines, focas, monstruos marinos y na­vichuelos. Entre un sinfín de versos in­sulsos — hay que reconocerlo —, acaso des­tacan los del momento de la riña entre Orlando y Medoro, y no por su belleza sino por su ternura amorosa: Medoro: «Pues ya informado de tus hechos quedo, / ¿a qué esperas?»; Orlando: «¿Aún no me tienes miedo?»; Medoro: «Soy infeliz, y en mi contraria suerte / como es piedad la muerte, en mí no hay muerte!»; Orlando: «Al oír tu locura / lástima da tu joven hermosura.»

C. Condé