Angélica, Leo Ferrero

Drama en tres actos de Leo Ferrero (1903-1933), escrito en 1928 y pu­blicado en 1937. El drama, que el autor define como satírico, es una especie de cu­riosa parodia, llena de máscaras y de per­sonajes irreales y simbólicos, de la vida italiana durante los años del régimen fas­cista; fue escrita por el autor durante los primeros meses de su destierro en París. La acción se desarrolla en la plaza de una ciudad imaginaria, completamente sujeta a las órdenes de un Regente henchido de re­tórica, vanidad y presunción, ante quien doblan la espalda los ciudadanos serviles, a expensas de los espíritus liberales y hon­rados. El drama parte del hecho de que el Regente, con ocasión de la boda de la her­mosísima Angélica con cierto Valerio, ha reinstaurado el antiguo «jus primae noctis». Nos encontramos en vísperas de la ceremo­nia y en la plaza tienen lugar los más di­versos comentarios a la nueva ley y no faltan tímidas protestas; pero nadie tiene el valor de oponerse a la voluntad del Re­gente.

Entra en escena en este momento el héroe del drama, el joven Orlando, paladín de la libertad y de Angélica, de la que ella es símbolo: pero al enterarse de lo que sucede en el pobre pueblo, Orlando le incita a la revuelta y le guía cuando el Regente, rodeado por sus pretorianos, lle­ga para llevarse a la muchacha; se lo impide Orlando, cae prisionero y la ciu­dad es liberada al fin. Pero un mes más tarde, cuando el pueblo es convocado para elegir su gobierno, el mismo Orlando es asesinado. El drama recuerda vagamente la comedia de arte por la presencia en escena de casi todas las máscaras italianas, pero está compuesto en forma sutilmente moder­na, en torno a situaciones psicológicas, y termina con una moraleja: la libertad no puede existir, no puede durar ni tener su verdadero aspecto, mientras no sea una resultante de la conciencia individual y colectiva. El asunto de la obra es elevadísimo y está sostenido por el juvenil en­tusiasmo del autor, por sus sentimientos en estado puro que llenan todas las escenas: por ello se hace perdonar, en parte, la sen­cillez idiomática que a menudo es pobre­za, así como la elemental transparencia de los símbolos y la simplicidad de los razo­namientos, que se resienten de ingenuidad. Es probable que la obra, no publicada por el autor, tuviese que ser objeto de una refundición estilística, capaz de transfor­mar el interesante cañamazo, señalado por momentos de profunda poesía, en una obra de valor absoluto. Angélica fue representa­da con enorme éxito en el teatro de los Mathurins de París en 1936, por la compa­ñía de los Pitoeff.

G. Verenosi