Almacén De Antigüedades, Charles Dickens

[The Oíd Curiosity Shop]. Novela de Charles Dickens (1812-1870), publicada en 1840-41 como par­te del Reloj del señor Humphrey [Master Humphrey’s Clock], novela dentro de otra luego abandonada; publicada como volu­men suelto en 1841. La pequeña Nell Trent vive con su abuelo, a quien asiste con de­voción, en el triste ambiente de una tien­da de antiguallas donde su juventud con­trasta con la polvorienta decadencia de los objetos circundantes. El abuelo, reducidora la miseria por un yerno derrochador y por las exigencias del disoluto hermano de Nell, Fred, pide dinero prestado a Daniel Quilp — enano monstruoso y perverso que tiene algunos rasgos del Ricardo III (v.) de Sha­kespeare— y le incita secretamente al jue­go con la vana esperanza de rehacer una fortuna para bien de Nell. Quilp, que al principio le cree un rico tacaño, descubre al fin cómo ha empleado el dinero y hace embargar el negocio. El viejo y la niña huyen y deambulan por Inglaterra, como miserables, obsesionados por el temor de ser descubiertos por Quilp. Se unen con gentes que ejercen oficios ambulantes, titi­riteros, la propietaria de un museo de fi­guras de cera, etc. encuentran almas ca­ritativas como un maestro de pueblo; y así desfila ante nosotros todo el escenario de la Inglaterra de los caminos reales, de los cam­pos de carreras, de los suburbios industria­les, con una serie de maquetas inolvidables, aunque apenas entrevistas (por ejemplo, el hombre que contempla el fuego en la fun­dición).

Al fin encuentran asilo en una ca­sita próxima a una iglesia en el campo, de cuya custodia se encargan. El hermano del abuelo, que vuelve del extranjero y está ansioso de socorrerles, se extenúa buscándoles y cuando al fin les encuentra, Nell, rendida por el viaje, ha muerto y el abuelo la sigue poco más tarde. La novela es una variante del motivo de la muchacha perse­guida; el sádico perseguidor, eje central de la obra, es el mostruoso Quilp, que adopta hacia Nell un tono azucarado de lobo ten­tador. La devoción de Nell, niña de vida excesivamente angélica, por el anciano abuelo, formaba parte de los motivos idí­licos que irresistiblemente llegaban a la sensibilidad victoriana. Pero no son éstos los personajes que sobreviven, sino una le­gión de figuras y figuritas secundarias, don­de la fantasía de Dickens se revela, crean­do una realidad poética que trasciende a la ordinaria: los titiriteros Cadlin y Short, a quienes Nell y su abuelo acompañan du­rante algún tiempo en sus vagabundeos, la señora Jarley, la propietaria del museo am­bulante de figuras de cera, Jerry y sus pe­rros amaestrados, el óptimo muchacho Kit Nubbles, que, por su cariño a Nell, se gana el odio de Quilp y corre el riesgo de ser deportado por las maquinaciones del enano: figuras todas basadas en personas observa­das por Dickens en la vida, mientras Nell sería una representación de Mar y Hogarth, la idolatrada cuñada de Dickens, muerta en 1837.

Algunos personajes son transfigura­ciones de la realidad de un tipo artística­mente más elevado: Dick Swiveller, un bur­lón malfamado, amigo de Fred Trent, a quien Quilp emplea para sus fines junto a su socio, el abogado Sampson Brass; «la marquesa», asistenta de la familia Brass, compuesta por el abogado y su hermana Sally, una verdadera fiera — entre Dick y «la marquesa» nace un idilio como entre un caballero errante y una damisela libe­rada de los malos tratos, idilio coronado por el matrimonio —; y por fin el mons­truoso terceto de Brass, de su hermana y de su compadre Quilp, encarnación de la feal­dad moral, verdadero demonio que acaba ahogado en el lodo del Támesis cuando está a punto de ser detenido por sus acciones delictivas. La descripción del rincón de los «docks», donde está el tugurio de Quilp, es una de las cosas más vigorosas de Dickens. [Trad. española de J. de Caso y Blanco (Madrid, 1886), y de P. Elias bajo el título Tienda de antigüedades (Barcelona, 1945).]

M. Praz

Es el primer libro en el que el fondo y el cuadro se nos presentan con la misma solidez que los personajes, que sólo con dificultad destacan en la impresión que nos causa el conjunto del dibujo. (Swinburne)