Alabanzas de Dios, Draconcio

[De laudibus Dei]. Probablemente después de la Satisacción a Gontamundo (v.) con la cual no había conseguido que el rey de los vánda­los le devolviera la libertad, Draconcio, uno de los más notables poetas cristianos del siglo V, compuso este poema didáctico en hexámetros, dividido en tres libros. La Edad Media sólo conoció una parte de esta obra, la referente a la Creación, con el tí­tulo de Hexaemeron; la obra completa no fue publicada hasta 1794 por el jesuita Arévalo, que la descubrió en un códice va­ticano. Con su poema, Draconcio se propo­ne celebrar la gracia divina: su obra co­mienza con unas consideraciones acerca de las relaciones entra la naturaleza y Dios; sigue el relato de la Creación, esto es, la parte conocida con el título de Hexaeme­ron, rica en pasajes de elevado valor poé­tico, como el que celebra la creación de la luz (I, 132), o el que describe el paraí­so (I, 191); tema central del segundo libro es el descendimiento de Cristo a la tierra; el tercero narra una serie de milagros y de ejemplos tomados de la Historia Sagrada, de los mitos y de la historia clásica, para demostrar la necesidad de un amor infinito y de una inconmovible fe en Dios, única garantía de la felicidad, si no terrena, celeste. El poema de Draconcio está en co­nexión, pues, por su tema, con las nume­rosas composiciones sacadas del Antiguo y, menos a menudo, del Nuevo Testamento, pero tiene una parte lírica, original y muy bien lograda. Esto justifica la fama que Draconcio tuvo en la Edad Media (v. tam­bién Hexameron).

C. Schick