[Ad Lycorim]. Entre las poesías líricas latinas dedicadas a una joven amada con ese nombre helenizante por el humanista Giovanni Cotta (1480-1520), es famosa una elegía latina, en que el poeta la ruega que no cante, que se vele el rostro, que oculte su seno y que no le dé más la mano pues demasiado se atormenta él por su amor; pero un dulce deleite le domina al verla y tocarla, y al son de su dulcísima voz se siente desmayar hasta perder las fuerzas. Y sin embargo, después de esta invocación, vuelve a pedirle, por el contrario, que se muestre, que le deje ver a lo menos una parte de ella, para hacerle dichoso y que no muera. Triste es la situación de su vida; levante, pues, la hermosa un poco su túnica y muestre su piececito.
Y después, lleno de deseo, le ruega y vuelve a rogarle, y quiere que se descubra toda, para no dejarle morir de anhelo. Siente de veras amor por ella, sed de ella, y le grita que no se oculte a su mirada, que cante, que le dé todas las delicias. Si es necesario morir, más vale aniquilarse en esa entrega que languidecer en un deseo que es perdición y tormento. Elegía viva, delicada, espontánea, como otras de Cotta. Otras poesías con el mismo título A Lícoris están dedicadas a la hermosa: en ellas describe el poeta su ardiente afecto («Amo y lo confieso, Lícoris mía» [«Amo, quod fateor, meam Licorym»]) y dice cómo quema un cabello de ella, para apagar, llama con llama, su ardor; o bien canta cosas tristes y dignas de llanto («Oh caso deplorable y amargo» [«O factum lacrimabile, atque acerbum»]) y repite su amor con palpitantes palabras («Lo mismo si mis ojos ven algo, que si no ven nada» [«Sive aliquid seu forte nihil mea lumina cernunt»]). Por estos versos gentilmente sentidos tiene Cotta, prematuramente desaparecido por una epidemia de peste, un puesto dignísimo entre los humanistas italianos.
C. Cordié