Protagonista de la narración de Rudyard Kipling (1865-1936), «Toomai de los elefantes», que forma parte del Libro de la jungla (v.).
Toomai, un muchacho indio de diez años, pertenece a una familia de comacs; su padre es el gran Tommai y su abuelo fue aquel Toomai el Negro que guió a Kala Nag, elefante que durante cuarenta años estuvo al servicio del gobierno indio, en la guerra de Abisinia contra el rey Teodoro. Apenas había aprendido a andar, el pequeño Toomai llevaba ya al viejo elefante al abrevadero, y Kala Nag no soñaba siquiera en desobedecerle. Pero el muchacho siente el afán de ser cazador: le fascina la visión de la «Keddah», la empalizada donde están encerradlos los elefantes salvajes. Los mayores se burlan de él y le dicen que no será cazador «hasta que haya visto danzar a los elefantes», es decir, nunca; pero he aquí que una noche, al oír la lejana llamada de un elefante salvaje, los elefantes del campamento rompen las fibras de coco y las cadenas que los atan, y escapan. «Llévame contigo», susurra Toomai a Kala Nag.
Y Kala Nag, como no puede desobedecerle, le lleva consigo. Atraviesan la selva y luego el valle, y tras el valle el río, y después del río la colina. Finalmente llegan a una explanada: la sala de baile de los elefantes, bajo la redonda lámpara de la luna. Y viene la danza. Nadie ha visto jamás cosa tan grande, pero Toomai sí, y al amanecer, cuando los extraños bailarines regresan al campamento con el diminuto conductor, éste es acogido con el «¡barrao!» que saluda en él al futuro gran cazador. Más simpático que Kim (v.) y más humano que Mowgli (v.), Toomai es en cierto modo el símbolo de la fe y la expresión de la voluntad que obra milagros. Pertenece al partido de los que creen en la Atlántida y en todas las cosas imposibles: es el muchacho absurdo, que se cubre el rostro ante el hombre «porque sólo era un muchacho y era tímido como un muchacho, excepto ante los elefantes».
E. Gara