Protagonista de la novela americana La cabaña del tío Tom (v.), de Harriet Beecher Stowe (1811-1896). Aunque la autora sostiene que tío Tom no es un personaje imaginario, sino que está forjado según el modelo de distintos negros que ella personalmente conoció, su figura nos aparece a menudo — siquiera sea en virtud de un artificio polémico — como excesivamente idealizada para ser artísticamente vital.
En el sereno ambiente de Kentucky, Tom es sencillamente un esclavo fiel a su amo hasta el escrúpulo, marido y padre amantísimo, excelente compañero y consejero de los demás esclavos y celoso cumplidor de sus deberes religiosos; pero, cuando el destino lo arranca a los suyos y se inicia su calvario, parece que el dolor le afine sublimándole y liberándole cada vez más. En casa de Saint-Clare, junto a la dulce Evangelina, su sentimiento religioso se hace tan profundo y ferviente, que tío Tom se convierte casi en el consejero espiritual de la familia, y con sus palabras llenas de fe, consuela a su escéptico dueño en su hora postrera. Pero en el infierno de la plantación junto al río Colorado, Tom llega al heroísmo: frente al amo brutal que pretende convertirle en esbirro, su conducta es la de un mártir que conscientemente provoca y acepta su martirio. «Haga usted de mí lo que quiera — dice —. Cuando mi cuerpo haya muerto, tendré para mí toda la eternidad».
El recuerdo de la familia y de la casa lejana casi se ha desvanecido: a Tom sólo le queda un inmenso amor cristiano por todos sus semejantes, por los capataces que le azotan y aun por el dueño que le ha mandado martirizar. La autora está convencida de que los negros, «mansos y humildes de corazón, inclinados a dejarse guiar por una mente superior y a confiar en un poder más alto, afectuosos y sencillos como niños, siempre dispuestos a perdonar», serán tal vez un día la más pura manifestación de la vida cristiana. Y esta convicción la lleva a prestar a su héroe la sabiduría de un patriarca del Antiguo Testamento, aureolado con la luz de un martirio conscientemente aceptado y soportado.
A. P. Marchesini