Teodorico Raposo

Protagonista de la novela La reliquia (v.), del escritor por­tugués José M. Ega de Queiroz (1843-1900). La vida de Raposo está dominada por el deseo de entrar en posesión de la rica he­rencia de su tía, doña María del Patrocinio (v.), vieja solterona insensible y árida que vive entregada a intransigentes prácticas de devoción y para quien la bondad significa pasar muchas horas en la capilla de su casa, rezar el rosario todos los días, oír muchas misas, visitar diariamente a santos y beatos en distintas iglesias, y confiarles sus asun­tos para obtener de ellos benévola asisten­cia.

El joven, naturalmente perezoso, sen­sual y codicioso, intenta acomodarse al género de vida que su tía le impone, fingiendo una devoción que no siente y ocul­tando hipócritamente sus debilidades y sus tendencias eróticas. El engaño no es fácil porque doña Patrocinio es desconfiada y astuta; a cualquier momento Raposo ve pe­ligrar su herencia, ya sea por intrigas de diversos sacerdotes que rodean a la rica mojigata, ya por la instintiva desconfianza que ésta le demuestra, a pesar de las nu­merosas pruebas que él se afana en dar de su devoción. La inutilidad de sus es­fuerzos aguza su deseo de dar más amplio desahogo a sus pasiones sensuales. Y así su vida pasa, de pecaminosos abandonos a su verdadera naturaleza, a rabiosas tentativas de intriga. El sentimiento de odio que ex­perimenta hacia la vieja tirana a cuya vo­luntad está ligado su destino, atraviesa to­dos los grados: el deseo de verla morir robustece el de entrar en posesión de sus riquezas; entre genuflexiones, suspiros, ora­ciones y visitas a altares y santuarios, Teo­dorico Raposo va afinando su venenosa astucia.

El punto culminante de la encar­nizada y silenciosa lucha que se desarrolla entre tía y sobrino es aquel en que la anciana impone al joven el cumplimiento de una peregrinación a Tierra Santa, de donde debe traerle una reliquia rara. El viaje se presenta a los ojos de Raposo como una liberación, y lo emprende con alegre y nada devota disposición de espíritu. Final­mente podrá abandonarse a sus deseos: su tía nada sabrá de sus excesos sensuales ni de la perezosa y feliz complacencia con que se entregará al pecado. Pero el des­tino le juega una pésima broma: por equi­vocación en los paquetes, lleva a su tía, en lugar de la corona de espinas hallada en los Santos Lugares, el camisón de una prostituta, conservado en memoria de las dulces horas transcurridas en Egipto. Su hipocresía queda así desenmascarada, y Ra­poso tiene que resignarse a una oscura vida de modesto trabajo.

F. Jovine